Debatiendo las vías de la emancipación

Lo primero que puede decirse del libro de Mabel Thwaites Rey, titulado “La autonomía como búsqueda, el Estado como contradicción” es que constituye un ensayo estimulante que aborda críticamente los alcances de las nuevas formas de resistencia global, asociadas al autonomismo. El mismo, una versión ampliada de un artículo escrito en 2003, tuvo una gran circulación por las redes alternativas; hecho no casual, ya que en Argentina las posiciones autonomistas adquirieron notoriedad política dentro del campo académico y militante luego de las jornadas de diciembre de 2001, sobre todo, de la mano del movimiento de asambleas vecinales. Así, fue durante 2002 y 2003, período de grandes movilizaciones sociales, que teóricos como Toni Negri o J. Holloway, grupos como el Colectivo Situaciones o dirigentes de otras épocas, como Luis Mattini, en fin, experiencias como la del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano, dejaron su impronta en las discusiones asamblearias, convirtiéndose –sea por la vía de la adhesión o del rechazo- en referentes insoslayables de la nueva marea militante. 

El acierto de Thwaites Rey fue el de atreverse a explorar las dimensiones más generales de la “autonomía”, mostrando la complejidad y la riqueza de una problemática que hunde sus raíces en el núcleo del pensamiento emancipatorio. La propuesta que hoy nos presenta busca ahondar las limitaciones de la dicotomía “autonomía social” versus “poder del Estado”. Así, la autora realiza un recorrido crítico sobre el eje “autonomía”, deslizando cuestionamientos que, sin ser novedosos, tienen el mérito de organizarse alrededor de un relato unitario. Estos interpelan el alcance de la horizontalidad y la interpretación sobre el rol de las vanguardias; el rechazo a la delegación y/o a la división de tareas, a la construcción de estructuras y a la toma del poder; el éxodo como estrategia emancipatoria y la idealización de la autogestión. Al tratar el eje “Estado”,Thwaites Rey se apoya en argumentos de terceros, para mostrar el rol central que las instancias estatales cumplen en la época actual, pese a los cambios globales. Aquí el objetivo es criticar la postura anti-estatalista del autonomismo, enfatizar el carácter contradictorio y multidimensional del Estado y afirmar así la necesidad de la lucha política. En palabras de la autora, “luchar en y contra el Estado, al mismo tiempo, es luchar por clausurar sus instancias represivas y ampliar lo que tiene de socialidad colectiva”. 

En líneas generales, es difícil no acompañar gran parte de los sensatos cuestionamientos planteados, aunque es menos fácil coincidir con la definición de sus interlocutores y el alcance de los argumentos. En realidad, su crítica alcanza sobre todo a las formas de autonomismo más radical, esto es, aquellas atravesadas por un voluntarismo más bien ingenuo, como el que ilustra J. Holloway, sobre el cual, no por casualidad, la autora se detiene especialmente. La crítica puede incluir también aquellas posturas anti-estatalistas que encarnan ciertos grupos contraculturales, de carácter unidimensional, esto es, más proclives a la acción directa y evanescente, que a la auto-organización colectiva, ligada a las necesidades básicas. 

En cuanto a la posición de T.Negri, ésta difícilmente pueda ser reducida al mero anti-estalismo, pues su rechazo de las formas dialécticas de la política no conduce de manera lineal a una negación del Estado y de sus expresiones institucionales. Más aún, una de las tesis más controvertidas de Negri es aquella que postula que ciertas experiencias políticas permitirían una suerte de “new deal constituyente” entre gobiernos democráticos y organizaciones sociales, abriendo con ello la puerta a la consolidación de la autonomía de los movimientos, al evitar una confrontación constante y desigual con el poder. 

En realidad, a diferencia de la autora, creemos que el punto ciego el autonomismo reside más en sus definiciones políticas “hacia adentro”, que “hacia afuera”. Sin olvidar la vitalidad organizativa y práctica que presentan las nuevas redes, a lo que hacemos referencia es al rechazo hiperbólico a cualquier tentativa de abrir el juego político a la lucha hegemónica, como estrategia de emancipación. La experiencia asamblearia argentina, aunque breve, dio cuentas de esta dificultad, no sólo porque en defensa de la especificidad y las diferencias, las posturas favorecieron la fragmentación de las luchas, sino porque frente a la vocación hegemonizante e instrumental de los partidos de izquierda (que Thwaites Rey sólo menciona al pasar), éstas tendieron a radicalizarse, para derivar en una impugnación general hacia cualquier propuesta de construcción de instancias verdaderamente articulatorias. Así, de manera muy rápida, se clausuró la posibilidad de repensar categorías centrales del pensamiento emancipatorio, como la de hegemonía, lo cual probablemente exija ir más allá de Gramsci, a partir del reconocimiento de las nuevas bases subjetivas y comunitarias, y aún del propio Laclau, en función de la materialidad de las luchas sociales. En fin, esta dificultad mayor del pensamiento autonomista podría haber sido justamente valorada si la autora hubiera encarado, a la luz de sus reflexiones generales, un análisis de la experiencia argentina, cuya práctica está más marcada por las turbulentas relaciones con expresiones dogmáticas de la izquierda partidaria, que por un rechazo lineal hacia el Estado.

Pese a su brevedad, el ensayo tiene numerosos aciertos, entre los cuales hay que subrayar el tono respetuoso que recorren sus críticas. No es poca cosa para un texto que bien puede considerarse como “literatura de trinchera”, en un país en el cual las expresiones de disenso suelen ir acompañadas de rápidos etiquetamientos descalificatorios. Por ello mismo, el ensayo de Thwaites Rey trae consigo un aire saludable, que apunta a tender puentes, a través del debate y la conversación, necesaria e insoslayable, entre diferentes líneas del pensamiento emancipatorio.