A lo largo de 2002, la compasión revistió la forma de la solidaridad al compás de la emergencia de nuevas formas de territorialización de la polÃtica, con las asambleas barriales. Hubo campañas de cooperación y asistencia, tales como las de la rehabilitación del Tren Blanco, la de vacunación de cartoneros impulsada bajo la consigna asambleÃsta “Todos somos Cartonerosâ€, las ollas populares, entre otras. Pero las relaciones de solidaridad estuvieron marcadas por la desigualdad (de recursos económicos, polÃticos y simbólicos), lo cual también suscitó escenarios de conflicto, como los enfrentamientos en los locales ocupados por asambleÃstas y “sostenidos†por la permanencia in situ de los cartoneros.
A diferencia de los piqueteros, la otra gran figura de la otredad, los cartoneros nunca fueron un actor polÃtico. Probablemente tampoco pretendieron serlo. Aceptaron el lugar de la subalternidad y desde diferentes procesos organizacionales, realizan un trabajo de resignificación positiva de la actividad. Se insertan los cambios en el lenguaje, el pasaje de “cartoneros†a “recicladores urbanosâ€, lo que no deja de ser un eufemismo. No son pocas las dificultades que en términos de legitimidad genera “un trabajo que se encuentra por fuera de la cartografÃa de las actividades laborales socialmente aceptadas de la modernidadâ€, como sostiene Sabina Di Marco.
Más allá de las ambivalencias y los incompletos –o imposbibles– procesos de resignificación identitaria que produce la actividad en sÃ, a diez años de su explosiva visibilidad, hoy los cartoneros constituyen una figura social institucionalizada –y aceptada– de la subalternidad.
Publicado en Revista Ñ