Moyano y los tres desafíos de la política

Tres desafíos atraviesan los ríspidos caminos de la política organizada hoy en la Argentina. Primero, cómo romper con los esquemas maniqueos que se han instalado en la política y que permanentemente son fogoneados desde el relato oficial, así como desde un amplio sector de la oposición mediática y política. Segundo, cómo hacer que la política argentina, hoy fuertemente maniquea, no se reduzca aun más a una interna peronista. Tercero, y desde los diferentes espacios de la oposición –partidaria, sindical, territorial–, el gran desafío es cómo resolver la cuestión de la fragmentación y apuntar a la construcción de solidaridades mayores, sorteando los dos obstáculos anteriores.

La lectura que podemos hacer del acto realizado este miércoles por el jefe de los camioneros y secretario general de la CGT, Hugo Moyano, aparece iluminado por estas tres grandes cuestiones. Las dos primeras son evidentes: primero, el tratamiento que recibió el acto a través de los voceros y los medios oficialistas y opositores apuntó a endurecer y magnificar el tono de la contienda, tratando de ver quién extraía la declaración más rupturista y desde qué medio comunicacional se hacía. Desde el oficialismo se habló de actitudes “destituyentes”, incluso se subrayó que el paro fuera anunciado desde un canal de cable opositor, como si el medio fuera el mensaje y lo demás no importara, aun tratándose de justos reclamos en torno al impuesto a las ganancias y las asignaciones familiares. De por sí esto ya no resulta llamativo, pero nos confirma que el Gobierno –y sus voceros políticos y mediáticos– ha logrado construir una estructura de lectura global de la política tan conspirativa que ésta se revela a prueba de fugas, tal como lo muestra el hecho de que hoy se aplique con toda crudeza y simplificación a un ex aliado como Moyano.

Desde el moyanismo hubo detalles llamativos, ahora que le toca sufrir en carne propia la fuerza de los esquemas binarios de lectura. Así, en su paso por la televisión, el sindicalista Juan Carlos Schmidt se manifestó sorprendido de que el Gobierno hubiese enviado a la Gendarmería al lugar donde bloquearon los camioneros el 20 de junio, y contó que a raíz de ello se puso a leer cuáles eran las atribuciones de dicha fuerza. Insólita reflexión que da cuenta del nivel de divorcio de esta CGT con el resto de las luchas sociales, ya que desde 1993 en adelante, esto es, en continuidad con el menemismo, la Gendarmería ha sido utilizada recurrentemente como fuerza de disuasión y represión en los conflictos internos, protagonizados por diferentes sectores de la clase trabajadora, tal como acaba de mostrarlo una vez más el conflicto en Cerro Dragón (Chubut).

En segundo lugar, el acto puso de manifiesto una vez más que si bien el paro y la movilización contenían justos reclamos que hacen a la puja distributiva, los pases de factura discursivos lo inscriben en la pulseada política dentro del peronismo. El peronómetro está a la orden del día. Moyano no sólo personalizó el discurso, sino que abrió y cerró el acto estableciendo la identificación entre peronismo y trabajadores, reafirmando con ello su carácter de columna vertebral indestructible. Mientras tanto, la Presidenta, desde San Luis, hablaba de la producción porcina, elogiaba una vez más a Monsanto y se apoyaba en Perón para recordar la gratuidad de la universidad pública y aludir así al carácter “reparador” e “igualador” del gobierno actual.

Aclaremos, sin embargo, que el uso epocal del peronómetro inserta la puja menos en una dimensión ideológica –pues no se trata de una colisión entre izquierdas y derechas, como en otras décadas– que en la esfera simbólica, la de los orígenes de clase, alentando en unos (en el Gobierno) el prejuicio antisindical, y en otros (en la CGT moyanista) el prejuicio antiintelectual. 
La tercera cuestión, la de la superación de la fragmentación, incluye al resto de las fuerzas sociales organizadas, que se sintieron interpeladas por el llamado de Moyano. Y no es un tema menor, porque pone en juego el modo en que cada una de ellas busca acumular poder y jugar en la arena grande de la política, tratando de sustraerla a la pura interna del peronismo. 
No olvidemos que, como escribió Juan Carlos Torre, el peronismo es un sistema político en sí mismo, ya que contiene al mismo tiempo oficialismo y oposición. Y Moyano hoy encarna, más que cualquier otro, el modo en que el mapa peronista sobreimprime y rediseña la escena política nacional.

Sin embargo, ¿puede haber unidad en la acción cuando los estilos sindicales son tan diferentes? Moyano encarna el sindicalismo empresarial plebeyo, en el que convergen los buenos negocios, el estilo patoteril, la defensa de un sector de los trabajadores (los camioneros, especialmente) y la reivindicación de lo popular, sin preocuparse demasiado por lo que queda fuera del universo asalariado. Esto está muy lejos del ideario sindical de la CTA y las diferentes corrientes de la izquierda partidaria e independiente, que han buscado ampliar sus esferas de representación hacia las diversas formas del activismo territorial y social (desde organizaciones piqueteras, villeras, socio-territoriales), tratando de erigirse en contramodelos sindicales (democráticos, de base, con aspiraciones emancipatorias).

Es cierto que el discurso de Moyano en el acto del miércoles incluyó algunos tópicos que hasta hace un tiempo parecían ajenos a la CGT, entre otros la denuncia de la precarización, aunque faltara el reclamo por la derogación de la ley antiterrorista. Pero, en un contexto de guerra intraperonista, que el propio Moyano fortaleció a través de su arenga, las posibilidades de afirmar una “unidad en la acción” parecen ser limitadas.

Pocos lo entendieron así, entre ellos Pablo Micheli, de la CTA contestataria, así como un conjunto de organizaciones de la izquierda independiente, que apoyaron los reclamos planteados por Moyano pero no llamaron a la movilización.

No fue éste el caso de gran parte de la izquierda partidaria, que en su intento por instalar una agenda política diferente corre el riesgo no sólo de jugar el rol del convidado de piedra, sino también –dadas las grandes diferencias en términos de construcción política-sindical– de terminar comprando un salvavidas de plomo…

Una última reflexión sobre esta ajetreada semana, que nos ha tenido en ascuas entre actos diferentes. El 26 de junio se cumplieron diez años de la masacre de Avellaneda, en la que fueron asesinados dos jóvenes piqueteros, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. En esta ocasión, los organizadores del masivo acto, nucleados en el Puente Pueyrredón, tuvieron que esperar hasta que la Presidenta terminara de hacer un anuncio por cadena nacional para arrancar con la lectura del documento consensuado.

Sin embargo, la molestia no estuvo allí. Lo verdaderamente irritante fue la referencia que la Presidenta hizo a aquella gran represión de 2002 afirmando que, a partir de 2003, no había que lamentar ese tipo de muertes sino más bien la caída de gendarmes, haciendo alusión tanto a Sayago –policía muerto en oscuras circunstancias, en Santa Cruz (2006)– como a los nueve gendarmes muertos esta semana en un accidente.

La respuesta a este nuevo intento de mistificación presidencial, que consiste en afirmar que en la Argentina actual no hay represión, fue inmediata y provino desde el mismo Puente Pueyrredón, donde fue leído un documento que incluía una lista de numerosos muertos, caídos en situación de represión bajo la era kirchnerista, desde Mariano Ferreyra hasta dos miembros de la Comunidad Qom, varios ocupantes del Parque Indoamericano y los cuatro muertos en una ocupación en Ledesma, entre otros. 
Antes, durante y después del paro de Moyano, lo cierto es que en la situación actual estamos lejos de resolver exitosamente los tres desafíos mencionados más arriba. La política sigue funcionando al compás de la polarización, cada vez más al interior de un campo definido por el peronismo; y las potenciales alianzas, aun en el marco de una apelación a la unidad en la acción, parecen ser todavía una aspiración lejana.

Quien logre romper o superar dichos desafíos, hoy vueltos dilemas, habrá dado con algunas de las claves más importantes para renovar la política argentina.