La búsqueda del bien común

¿Cómo hablar de la solidaridad desde América Latina sin aludir a los inevitables niveles de complejidad, las formas de ciudadanía y las disputas políticas que ello conlleva? Cabe decir que nuestros territorios periféricos han sido fábricas de solidaridad. Situados por fuera del mercado formal y frente a la ausencia del Estado, gran parte de los sectores populares han tenido que desarrollar y reproducirse mediante estructuras de solidaridad. En el mundo andino, la persistencia de la forma “comunidad”, suele ser la clave para explicar la actualización de redes de cooperación e interdependencia, pero en contextos urbanos de desarraigo, marcados por la modernización desigual, todo ethos comunal preexistente –si lo hubiera– aparece comprometido y por ende resulta necesario fabricar nuevas solidaridades. En un texto clásico, allá a fines de los 60, Aníbal Quijano terminaba preguntándose cómo sobreviven los marginados. La antropóloga Larissa Lomnitz puso al descubierto la densa trama de redes locales de cooperación, ligadas al mundo de la pobreza y las necesidades básicas. Esas redes de sociabilidad cotidiana, propias de tiempos corrientes, continúan siendo objeto de disputa y de colonización. Así, el neoliberalismo buscó valorizarlas a través de políticas sociales focalizadas, acentuando la heteronomía de los sectores populares. Sobre estas redes de solidaridad se asentaron también movimientos sociales urbanos, aun si en muchos casos el proceso de empoderamiento popular terminaría bajo la tutela estatal, como sucede hoy con los gobiernos de cuño progresista. Respecto de la solidaridad de los tiempos extraordinarios, en las últimas décadas hemos atravesado situaciones paradigmáticas. Cómo olvidar, por ejemplo, “la explosión de solidaridad” en la Argentina de 2002, cuando se multiplicaron las formas de auto-organización social –asambleas, trueque, organizaciones de desocupados– que irrumpiendo desde el fondo mismo del neoliberalismo apuntaban a la reconstrucción de lazos sociales. En otras ocasiones excepcionales –como sucedió durante las inundaciones– frente a la acción deficitaria del Estado, esa energía social acumulada se tradujo una vez más en solidaridad y auto-organización social. Pese a su fugacidad, quizá la gran clave de la solidaridad, cuando ésta se asume como acontecimiento o campo de experimentación social, consista en la búsqueda de una visión alternativa de lo común, más allá del paradigma del Estado y del mercado.

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