Bolivia: territorios y poderes en disputa

Latinoamérica. Recuperar el territorio perdido con Chile en el siglo XIX y lograr otra reelección inquietan a un Evo Morales “hegemonista”, sostiene Svampa.

Dos son los temas que marcan la agenda boliviana de las últimas semanas. El primero tiene que ver con que el jueves 24 de septiembre se dio a conocer el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, que por 14 votos a 2 desestimó la petición chilena, declarándose competente para tratar la demanda de Bolivia contra Chile para lograr un acceso soberano al océano Pacífico. Si bien el tribunal no se pronunció por la cuestión de fondo, el histórico fallo abre a la negociación entre ambos países y fija como plazo el 25 de julio de 2016 para que Chile presente las respuestas a la demanda boliviana.

La pérdida de la salida soberana al mar constituye un trauma irresuelto en la historia de Bolivia, ya que la privó de algo más que una porción de territorio, al despojarla de “la cualidad marítima”. Bolivia perdió la salida al mar como consecuencia de la guerra del Pacífico (entre 1879 y 1883), que lo enfrentó –en alianza con el Perú-, con Chile. Esta causa histórica conoce hoy un nuevo capítulo bajo el gobierno de Evo Morales, quien elaboró una estrategia inteligente y anti-sectaria, al convocar varios ex presidentes, entre ellos a Carlos Mesa (presidente interino entre 2003 y 2005) y Eduardo Rodriguez Veltzé (presidente interino entre 2005 y 2006), para llevar adelante la causa en La Haya.

La política de apertura respecto de la demanda de mar, contrasta con la tentación hegemonista que fue adoptando el binomio Evo Morales – Alvaro García Linera, que lleva casi diez años en el poder. Así, el segundo tema de agenda es hoy la re-reelección, ya que poco después del fallo de La Haya, el oficialismo hizo aprobar en la Asamblea plurinacional la reforma de la Constitución para habilitar un nuevo mandato al presidente y vicepresidente para el período 2020-2025, el cual será sometido a referéndum –esto es, a votación popular– en febrero de 2016.

No hay dudas de que el gobierno de Morales significó una redistribución del poder social, en un país donde históricamente las mayorías indígenas fueron objeto de racismo y exclusión. También es cierto que la tarea política no fue fácil, pues en los primeros años debió confrontar con las oligarquías regionales, que amenazaban con la secesión. Esta situación de “empate catastrófico” finalizó hacia 2009, año en el que además se aprobó la nueva constitución plurinacional del Estado y comenzó así una nueva etapa, que marcaría la creciente hegemonía del Movimiento al Socialismo y la importancia cada vez mayor del liderazgo de Evo Morales. Política de bonos (planes), distribución de tierras (nueva reforma agraria), crecimiento y estabilidad económica, nacionalización de empresas, fueron las insignias del gobierno; acompañado por el avance de la frontera hidrocarburífera y la expansión de agronegocios.

Sin embargo, el conflicto del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional Isidoro Secure), en 2011, por la construcción de una carretera, sin consulta a las poblaciones originarias, reconfiguró el tablero político y puso al descubierto la realpolitik del gobierno. El ala indigenista y más autonómica del gobierno fue sucumbiendo así al ala estatista, orientada cada vez más hacia un esquema tradicional de dominación, de corte populista. La defensa del extractivismo estaría a cargo del sociólogo y vicepresidente Alvaro García Linera, quien lanzaría ya en ocasión del Tipnis la acusación de “ambientalismo colonial”, anatema que mezclaría por igual agencias de cooperación internacional, Ong de izquierda y organizaciones indígenas críticas.

El Tipnis fue así una “coyuntura reveladora”, como afirmaría el politólogo Luis Tapia (ex compañero de Linera en el grupo de intelectuales Comuna) en un reciente seminario sobre “Reflexiones plurales sobre la experiencia de los gobiernos progresistas en América Latina”, del que me tocó participar en la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, organizado por el CEDLA (Centro de Estudios para el desarrollo laboral y agrario), junto a Alberto Acosta y Edgardo Lander, como invitados latinoamericanos. ¿Por qué “reflexiones plurales”? Porque no son pocos los bolivianos que vienen sosteniendo que en los últimos años el MAS fue avanzando hacia el cierre de los canales plurales de expresión, visible en el desplazamiento de las organizaciones indígenas rebeldes y la creación de estructuras paralelas, únicas reconocidas por el Estado; en el estrangulamiento del periodismo crítico, manipulando la pauta oficial, lo cual generó un creciente proceso de autocensura en los medios no oficialistas; en fin, en la amenaza de expulsión a las ONG críticas y de izquierda (Cedla, Cedib, Terra), como sucedió en agosto.

En este marco de amenaza al pluralismo, se inserta la propuesta de reforma de la Constitución para habilitar la “repostulación” del binomio gobernante, que tiene muchas chances de ser aprobada, en un contexto en el cual la oposición política es débil y fragmentada. De ser aprobada la reforma vía referéndum, Evo Morales y García Linera podrían permanecer 20 años en el gobierno. No cabe duda de que hace sólo diez años, estos mismos dirigentes se hubieran levantado indignados contra cualquier político o partido que buscara perpetuarse en el poder y, sin embargo, hoy sostienen sin sonrojarse que es necesario reformar la constitución, pues sólo su permanencia puede garantizar la continuidad de los cambios realizados e impedir el retorno de la derecha.

No se trata de un tema nuevo en Latinoamérica y siempre es motivo de polarización social. Hoy, además de Morales, desde Ecuador, Rafael Correa también apuesta a la re-reelección, a través de una enmienda constitucional que podría ser aprobada por un Congreso donde posee mayoría. En 2013, Cristina Kirchner tanteó la posibilidad de la re-reelección, pero la sociedad argentina puso un límite a sus aspiraciones. El único que logró la reelección indefinida fue Hugo Chávez, en su segundo intento de 2009. Los gobiernos citados –más allá de sus diferencias– suelen utilizar los mismos argumentos: la necesidad de dar continuidad a los cambios y la amenaza siempre inminente del retroceso; una lectura mesiánica de la historia, porque consideran que las transformaciones sólo se deben a un cambio en las orientaciones del líder, antes que en la posibilidad de un reequilibrio de fuerzas a través de luchas sociales.

En mi opinión, menudo favor le haríamos a las izquierdas latinoamericanas si pensáramos que estas críticas son patrimonio de la derecha política, pues ni la defensa del pluralismo –evocado más arriba– ni el repudio a la concentración del poder –visible en el proceso de fetichización de los liderazgos– tienen copy- right ideológico. Además, como sostiene Roberto Gargarella, es casi imposible pensar que la ampliación y promoción de la participación popular y la concentración del poder vayan juntas. Y la reelección va en la clara línea de la concentración del poder. Por último, no hay que olvidar, como sostuvo el venezolano Edgardo Lander en el seminario de La Paz, que son precisamente los sectores más vulnerables y las izquierdas las víctimas recurrentes del cierre de espacios políticos y de los procesos de violación de derechos humanos. En suma, volviendo a Bolivia, porque éste es el país que más expectativas políticas despertó en el continente, gracias al protagonismo y movilización de los sectores subalternos, es que hoy se convierte en un caso testigo que pone a prueba la inteligencia crítica de las izquierdas latinoamericanas.

Publicado en Diario Clarín
https://www.clarin.com/rn/ideas/Bolivia-territorios-poderes-disputa_0_BkLRFbFPXl.html