El dramático devenir del proceso boliviano, el golpe de Estado, las lecturas acerca del gobierno de Evo Morales, son hoy objeto de intensos debates. Tanto se dijo y se escribió que, de hacerse un inventario, podrÃa concluirse que la Argentina es el paÃs con más bolivianólogos por metro cuadrado en el mundo. Asistimos a furibundos linchamientos morales –por ejemplo, aquel contra Rita Segato y, en menor escala, contra cualquier opinión crÃtica respecto del gobierno derrocado–. Algunos subrayan la falta de oportunidad polÃtica de los cuestionamientos, otros descalifican los factores endógenos para dar cabida únicamente a las hipótesis externas (desde la historia de la misteriosa valija de la hija de Trump hasta la anticipada guerra del litio). Tales contiendas, que causan perplejidad en ciertos observadores externos que se preguntan qué nos pasa a los argentinos con Bolivia, suceden en medio de una tragedia, que en dos semanas ya se cobró la vida de 32 bolivianos, sobre todo a raÃz de la represión desatada por el gobierno interino de Janine Añez. En lÃnea con estas contiendas, postulo tres reconocimientos. El primero es que la carga temperamental del debate argentino muestra que Bolivia nos duele. Tal vez se deba a que sintetiza la experiencia más genuina en términos de democratización, en un paÃs donde la pobreza y el racismo antiindÃgena siempre fueron la regla. Añádase que históricamente Bolivia –sus luchas mineras y campesinas, los continuos golpes de Estado– ocupa un lugar más importante que otros paÃses latinoamericanos en la reflexión nacional. No por casualidad el Che Guevara terminó sus dÃas en ese paÃs. Tal vez haya algo que a los argentinos nos lleva a ilusionarnos con el mundo andino, vinculado con el lugar que lo campesino-indÃgena tiene en Bolivia, en contraste con su recurrente negación en el nuestro. Depositamos expectativas polÃticas que lejos estamos de colocar en nuestros propios gobiernos…
El segundo reconocimiento alude a la clausura catastrófica que el ciclo progresista tuvo en Bolivia. Una pensarÃa que, al cabo de casi 14 años de gobierno, al ritmo de un crecimiento económico que benefició enormemente a los sectores de Santa Cruz de la Sierra, deberÃa haberse atenuado la brecha racista y clasista. Lejos de ello, asistimos a la emergencia de una derecha autoritaria, en connivencia con corrientes católicas ultramontanas y evangélicas, que puja por una traducción polÃtico-electoral, como pudo vislumbrarse en la asunción de la presidenta interina, Biblia gigante en mano y escoltada por el lÃder ultraderechista Luis Camacho. La posibilidad de una deriva por derecha parece obturar el rol que los factores internos tuvieron en la clausura del gobierno de Morales: desde el abandono de la defensa de la Madre Tierra, al compás de la concentración del poder y la expansión del extractivismo, hasta el desconocimiento del resultado del referéndum de 2016, el cual terminó por separar a Evo Morales de amplios sectores medios, que vieron quebrado el pacto de alternancia electoral, fijado por la nueva Constitución. Gran parte del progresismo argentino quedó pegado a una estampa congelada del gobierno boliviano y sus promesas andinas, y no se permitió volver sobre estos hechos, que abrieron la puerta para que una derecha antidemocrática se apropiara de una revuelta social heterogénea, y culminara en el golpe de Estado. El tercer reconocimiento se vincula menos con un balance de los gobiernos pasados y sus logros que con el horizonte polÃtico de aquellos por venir (Argentina, diciembre 2019), el cual nos interroga sobre el tipo de progresismos a construir. Solo para avanzar unas preguntas: ¿Puede un gobierno progresista dejar de lado la defensa del ambiente y las crÃticas al extractivismo, en una época de grave crisis climática, de destrucción de los ecosistemas y despojo de las poblaciones, indÃgenas y no indÃgenas? ¿Puede un gobierno progresista avalar una estructura patriarcal, sin avanzar en polÃticas públicas que afirmen los derechos de las mujeres? ¿Cómo avanzar en la democratización del poder en tierras de personalización de la polÃtica? En fin, la reflexión sobre Bolivia y sus lÃmites puede ayudarnos a repensar el modo en que los progresismos que vuelven asuman la necesidad de dar estos debates…
Diario Perfil
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