por Maristella Svampa
Pese a lo mucho que se ha escrito, no resulta fácil hablar sobre Hugo Chávez y el proceso venezolano. Como gran lÃder carismático que generó hondas transformaciones sociales y polÃticas, a la hora de un primer balance, la figura de Chávez aparece cubierta de numerosas capas, atravesada por múltiples dimensiones, luces y sombras, que tornan imposible aprehenderla o sintetizarla en una sola imagen o en un único movimiento. Se acaba de ir uno de los raros polÃticos latinoamericanos de talla mundial, capaz de generar fuertes ambivalencias y pasiones encontradas, aún dentro del campo de las diferentes izquierdas. Y, sin embargo, por encima de las crÃticas que podrÃamos hacer, lo primero insoslayable es que en los últimos catorce años Venezuela, el pueblo venezolano, las clases subalternas, lograron un inédito empoderamiento social y polÃtico. En razón de ello, para pensar la complejidad que nos propone el fenómeno, es que aquà quisiéramos recordar el Chávez insoslayable, el de la democratización plebeya y el del sÃmbolo del anti-imperialismo latinoamericano.
AsÃ, en primer lugar, Venezuela, bajo el liderazgo de Chávez, conoció un proceso de democratización plebeya que sólo puede ser comparado al que atravesaron algunos populismos latinoamericanos en los años 50. Tal como sucedió bajo el primer gobierno peronista, el chavismo habilitó el ingreso de aquellos sectores sociales que estaban tradicionalmente excluidos, logrando por una vÃa tensa y contradictoria, un proceso real y efectivo de redistribución del poder social. Expresión de ello ha sido la reducción de las desigualdades y de la pobreza, la universalización en el acceso a la educación (Misión Robinson), el acceso a la salud (Misión Barrios Adentro), la disminución de la tasa de mortalidad infantil, la construcción de viviendas populares, la entrega de tierras, entre otros aspectos importantes del proceso venezolano.
Asimismo, Chávez rescató la tradición del anti-imperialismo para toda América Latina. No sólo tenÃa el talento o el carisma para expresar emociones colectivas, recitando, cantando y bailando bajo el frÃo intenso, tal como muchos recuerdan que hizo acá, en nuestro paÃs, en 2005, en la inolvidable contra-cumbre de Mar del Plata, sino también la capacidad retórica y discursiva de dotar y recrear desde sus palabras una mÃstica latinoamericana que parecÃa imposible de recuperar, desde los lejanos tiempos del Che Guevara. Es cierto, como dice Pablo Stefanoni que si Chávez fue socialista, es porque era antiimperialista, y no al revés. Pero ese anti-imperialismo revestido de un utópico y por momentos confuso horizonte socialista se nutrió en gran parte de citas y tradiciones latinoamericanas, que iban de Mariátegui a Martà y Galeano, pasando siempre e inevitablemente por Simón RodrÃguez y BolÃvar.
En una época en la cual el populismo volvió a actualizar estilos polÃticos personalistas, retóricas nacional-populares y debates ideológicos que se creÃan perimidos, todo ello le valió a Chávez mil epÃtetos y demonizaciones. Es que los populismos traen consigo una gran polarización – ¡y vaya si el chavismo la ha traÃdo!- y a la vez, en esa tensión constante y constitutiva que ofrecen entre la apertura y el cierre de la polÃtica, los populismos traen a la palestra, tarde o temprano, una perturbadora e incisiva pregunta, en realidad, la pregunta fundamental de la polÃtica: qué tipo de hegemonÃa se está construyendo, plural u organicista, en su versión nacional-popular o en la ya conocida versión nacional-estatal.
En este sentido, cabe añadir que hay algo intrÃnseco que diferencia el populismo chavista de otros populismos realmente existentes en la actualidad. En el paÃs caribeño, la polarización no es meramente discursiva sino que refleja de modo contundente la confrontación entre clases sociales diferentes. Quiero decir con esto que el chavismo es un populismo de clases populares que, hasta ahora, ha reflejado la articulación –rica y compleja, por momentos tensa, casi siempre desigual- entre lÃder y clases subalternas. Para hacer una comparación que generará escasa simpatÃa entre mis colegas oficialistas: el chavismo se diferencia de otros regÃmenes, como por ejemplo el kirchnerismo, por su componente de clase, pues este último no es otra cosa que un populismo de clases medias que hablan en nombre de las clases populares (vÃa por la cual pretenden también descalificar a otros sectores de clases medias). Teniendo en cuenta el legado polÃtico-organizacional del peronismo –que ya tiene varias décadas-, en el marco del kirchnerismo, las clases populares, asistencializadas, empobrecidas o precarizadas, carcomidas por la inflación, son cada vez más las convidadas de piedra en un proceso que indica un virulento conflicto intra-clase. A diferencia de ello, en Venezuela las clases subalternas se convirtieron en las protagonistas centrales, en un contexto de lucha contra los sectores privilegiados.
Es por ello que la dinámica de democratización que vivió Venezuela trajo como correlato la consolidación de un protagonismo popular que en la actualidad quizá sólo encuentra parangón con el proceso polÃtico boliviano. Quien quiera que haya estado alguna vez en Caracas, bajo la era de Chávez, habrá sentido -corporal e intelectualmente hablando- lo que significa el empoderamiento popular, cuando las voces bajas se transforman en voces altas: me refiero a la necesidad de expresar opiniones, de comunicar digresiones o desacuerdos, dar cuenta de una visión del mundo, profundamente plebeya, visible sobre todo en las mujeres y en los jóvenes, logrando niveles potentes de audibilidad y de presencia interpelante, no sólo en el ámbito especÃfico de las barriadas populares, de los consejos comunales sino también en la calle, en los medios de comunicación o inclusive en los eventos académicos. Esto es lo que muchas organizaciones sociales reconocen y denominan como “poder popularâ€. Pero tampoco hay que engañarse, ya que el protagonismo popular aparece limitado, pues tal como ha señalado nuestro colega venezolano Edgardo Lander, la mayorÃa de las organizaciones populares fueron creadas desde arriba, dependen del financiamiento gubernamental y tienen dificultades para lograr posicionarse de modo independiente.
El chavismo después de Chávez enfrenta numerosos problemas. El hiperpresidencialismo heredado, una tradición polÃtica de notorias consecuencias negativas en América Latina, es una de ellos. Otro, no menos importante, evoca las limitaciones del modelo socio-económico, histórico en Venezuela, basado cada vez más en el extractivismo petrolero. Por último, recordemos que la dinámica económica ligada al Estado rentista ha ido generando una burguesÃa bolivariana, civil y militar, que bien puede terminar por encaramarse como clase dirigente. Y ello, sin olvidar el enorme rol que los propios militares ya tienen…
En suma, hay un Chávez rotundamente latinoamericano, anti-imperialista, popular y plebeyo, que deja una marca indeleble en la historia de nuestras tierras. Pero hay también un proceso de protagonismo popular, cuyo discurrir, en la era del post-chavismo, resulta ser la gran incógnita. AsÃ, si el régimen chavista tiene múltiples rostros, algunos de ellos insoslayables, en la etapa del post-chavismo enfrentará grandes desafÃos: el de profundizar el protagonismo popular, en una dinámica abierta y plural, o el de consolidar un populismo de clases privilegiadas, asentado en un núcleo dirigente, como sucede en otros paÃses latinoamericanos.