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by Edhasa on 30/07/2014 in Subrayados • 1 Comment
Por Maristella Svampa, autora de El muro y Donde están enterrados nuestros muertos
Milan Kundera. Crédito Tusquets.
Un hombre le explica a otro la inutilidad de lo brillante, a la hora de seducir una mujer. “Más que inutilidad, nocividad. Cuando un tipo brillante trata de seducir a una mujer, ésta tiene la impresión de entrar en una competencia. Se siente obligada a brillar también. A no entregarse sin resistencia. En cambio, la insignificancia libera. Derriba las precauciones. No exige ninguna presencia de ánimo. La vuelve despreocupada y por tanto más accesibleâ€. Hago una mueca mientras subrayo, prescindo de la crÃtica feminista y continúo leyendo. La obra me parece superficial, demasiado leve, con ecos un poco extemporáneos que la aproximan al teatro del absurdo.
Más adelante, casi al final del libro, página 139, continúa hablando el mismo personaje por donde asoma la voz y la mirada del autor: “La insignificancia, amigo mÃo, es la esencia de la existencia. Ella está con nosotros por todos lados y siempre. Está presente incluso en la persona que no quiere verla: en los horrores, en las luchas sangrientas, en las peores desgracias. Esto exige coraje para reconocerla en condiciones tan dramáticas y para llamarla por su nombre. Pero no se trata solamente de reconocerla, hay que amarla, a la insignificancia, hay que aprender a amarla. AquÃ, en el parque, delante nuestro, amigo mÃo, está presente con toda claridad, con toda su inocencia, con toda su bellezaâ€.
El texto es de Milan Kundera, de su última novela publicada en 2013, cuyo tÃtulo es precisamente La fiesta de la insignificancia, que saldrá en castellano en septiembre de este año. Y aunque no sea necesario aclararlo, no es de las mejores obras de Kundera. Cierto que cualquier gran escritor puede darse un gusto o bien dar un mal paso, sobre todo al final de su carrera.
El juego de ironÃas y los dobles sentidos no le alcanzan a Kundera, aún si hay una interesante anécdota sobre la perversión de Stalin que retorna una y otra vez –como para recordarnos cómo en los tiempos fuertes de la historia se combinaba la densidad y la levedad del ser. También hay una reflexión chispeante –o sea, posmoderna- sobre el ombligo y la despersonalización (o la tendencia a la uniformidad), como elemento erótico inaugural del siglo XXI.
Aun asÃ, no fue la levedad de esta obra lo que me impresionó sino el hilo cada vez más visible que fue tejiéndose entre mis subrayados de viaje, sobre todo en las lecturas de la primera semana. Luego de Kundera fue el turno de Marcel Cohen (atención, no confundir con nuestro Marcelo Cohen, gran escritor él también). El primer ensayo de su última y premiada obra, que tiene como bello tÃtulo El hombre que tenÃa miedo a los libros, también indaga sobre la insignificancia, en un sentido que pareciera distanciarlo de Kundera, pero que al mismo tiempo lo acerca, dialécticamente hablando, a su reflexión.
Marcel-CohenDice Cohen en las primeras páginas: “El hombre no habÃa pensado jamás que la atención que él daba a detalles tan insignificantes fuera completamente normal. Más bien, sus descubrimientos no develaban nada esencial; apenas si osaba señalársela a sus próximos. Tampoco habÃa deducido que su atención pudiera tener que ver con una enfermedad. Una cuestión simple de acomodación, pensaba él: tenÃa problemas para pasar de una visión cercana a una visión más general. Si miraba a una mujer, no observaba más que un lunar sobre la mejilla, el color de los ojos, el detalle del lápiz labial. La vestimenta, la silueta o incluso el color del cabello quedaban por mucho desdibujados en su espÃritu. Muchas veces le habÃan reprochado que pasara por alto las generalidades más bien esencialesâ€.
Reflexiones sobre el detalle, pues Cohen y sus personajes son coleccionistas de cosas y de saberes inútiles. Nada esencial, aclara él. Sin embargo, al final nos queda esa sensación de que esa mirada infinitesimal y selectiva nos revela, aunque sea en su estupefacción pura y simple, la verdad de las cosas.
Sigo adelante y empiezo a subrayar el tercer libro, esta vez, un ensayo filosófico del italiano Nuccio Ordine, La utilidad de lo inútil. Un libro que compré sin conocer al autor, seducida por el tÃtulo y el saber especÃfico: un filósofo italiano especialista en las obras de Giordano Bruno y Gabriel GarcÃa Marquez. El subtitulo del libro es ambicioso: nada menos que “Manifiesto†y desde la introducción advierto que es una defensa erudita, en medio de tanto ajuste y tanto neoliberalismo, de la cultura europea, en lo que ella tiene de cultura de lo superfluo.
Nuccio Ordione. Crédito: Jordi Roviralta | LVD
Nuccio Ordione. Crédito: Jordi Roviralta | LVD
“Pues, entre todas las incertidumbres, una cosa es segura: si nosotros dejamos morir aquello que es inútil y gratuito, si renunciamos a la fecundidad de lo inútil, si escuchamos únicamente el canto de sirenas que es el afán de lucro, no llegaremos a formar más que una comunidad enferma y privada de memoria que, desamparada, terminarÃa por perder el sentido de la vida y el sentido de su propia realidad. Y una vez áridos por la desertificación del espÃritu, harÃamos mal el imaginar que el ignorante homo sapiens pueda conservar el rol que él está destinado a jugar: hacer a la humanidad más humanaâ€
Cierro el libro y pienso el modo en cómo estas tres obras recaen de manera indeliberada en las mismas obsesiones: Insignificancia, Detalles, Saberes Inútiles, Lo Gratuito, Lo Superfluo. Festejan la insignificancia; Saborean la dialéctica del detalle. Celebran la fecundidad de los saberes inútiles.
¿Estamos simplemente ante una Cultura de lo Superfluo o detrás de todo esto asoma una Cultura de la Resistencia? Esto último es lo que señala Ordine apelando a una palabra por demás grave: Dignidad.
Una vez más: ¿Será cierto entonces que estamos de cara a una nueva Odisea, y se trata de navegar el duro mar y esquivar los filosos acantilados, donde el viento azota con palabras como crisis, ajuste, desocupación, extrema derecha, resistiendo los embates inequÃvocos de las sirenas?
Tal vez sea eso. Aunque a veces pareciera que no es asà y podamos pensar que la cultura de lo superfluo busca navegar por mares tranquilos, lejos de las rÃspidas costas, mientras contempla placenteramente los destellos de luz entre el suave ondular de las olas.
Crédito imagen Marcel Cohen: Crédito: C. Hélie/Gallimard