La última consigna del verano parece ser “disparen sobre Gualeguaychúâ€. Académicos, periodistas y funcionarios, que no dudaban en alentar el más crudo nacionalismo de los asambleÃstas, se aprestan hoy a celebrar –GendarmerÃa mediante– la caÃda de Gualeguaychú, sÃmbolo de la resistencia socioambiental asamblearia. Cierto es que los asambleÃstas han mostrado más de un flanco débil, al no variar en un ápice sus repertorios de acción (el corte al puente internacional); pero éste no es un dato novedoso. No es la asamblea la que ha cambiado, sino los tiempos polÃticos del Gobierno. Lo que hasta ayer podÃa ser capitalizado polÃticamente hoy aparece demonizado, bastardeado, un obstáculo irritante. Por ello, y a propósito de un artÃculo de José Natanson sobre “La asamblea, sus ambiciones, sus lÃmites†(en Página/12, el domingo pasado) quisiéramos hablar sobre la forma asamblea, sus potencialidades y limitaciones.
n Precisiones sobre la forma asamblea. Primero conviene recordar que, en la medida en que la polÃtica institucional devino cada vez más autorreferencial, ligada a una democracia concentrada y decisionista, de marcado corte excluyente, la acción colectiva no institucional se encaminó –en toda América latina– al desarrollo de formas de democracia directa, que marcaban los lÃmites de la visión institucional-representativa y buscaban recrear –con precariedad y en clara asimetrÃa de poder– nuevas formas de conceptualizar y practicar la polÃtica. En esas movilizaciones cobró centralidad la forma asamblea, como nuevo paradigma de la polÃtica desde abajo. Pero la forma asamblea no es simple, sino compleja, supone un lento aprendizaje y está lejos de ser unÃvoca.
Es compleja: en tanto espacio de democracia deliberativa (como sostiene Ariel Colombo), suele conjugar democracia directa, acción directa y desobediencia civil. La forma asamblea no es unÃvoca. Hay toda una tipologÃa de las asambleas realmente existentes que hoy atraviesan los movimientos sociales y las acciones colectivas. AsÃ, hay expresiones ordinarias (en el sentido de la cotidianidad, esto es, asociadas a los diferentes niveles, momentos y espacios procedimentales de decisión al interior de una organización o movimiento institucionalizados; se trate de una fábrica, un movimiento territorial consolidado o un espacio universitario y/o de intelectuales) y hay expresiones extraordinarias (la insurrección, la pueblada), en las cuales la asamblea deviene una institución en sà misma, esto es, autosuficiente y soberana, una totalidad procedimental y a la vez identitaria: sucedió en Cutral Có y, de diferente manera, marcada por su permanencia, en Gualeguaychú. Los campos organizacionales donde se sitúan son diversos: asÃ, la dinámica de la asamblea de Gualeguaychú difiere respecto de la de las 70 asambleas contra la minerÃa a cielo abierto nucleadas en la Unión de Asambleas Ciudadanas.
n Las limitaciones de Gualeguaychú. El texto de Natanson, si bien parte de la experiencia de Gualeguaychú, se centra en confrontar a la forma asamblea, en general, por medios diversos: en ocasiones, mediante un lenguaje irónico y descalificador (los “soviets de Caballitoâ€); en otras, reduce un fenómeno social extendido en todo el paÃs a un espejismo alentado por universitarios (“la increÃble multiplicación de Ubacyts [destinados a investigar el fenómeno]â€); a veces plantea preguntas retóricas (“¿el director del hospital debe ser elegido por los pacientes en asamblea?â€) que recuerdan otras de triste historia (“¿es que vamos a pedir democracia en medio de una operación, cuando se debe decidir si amputar o no al paciente?â€); para concluir con un interrogante destinado a generar aprensión contra la democracia directa, al vincularla con decisiones sobre crÃmenes de lesa humanidad (¿se pueden decidir tales cuestiones a través de una consulta popular?), un interrogante que es innecesario e irrelevante en el contexto del artÃculo, pero que puede discutirse –como lo ha venido haciendo la filosofÃa polÃtica– sin necesidad de poner en cuestión el valor de la democracia directa.
Conviene prestar atención a lo que el propio autor denomina la “idea central†del artÃculo. “El asambleÃsmo –dice– es un método de decisión polÃtica que funciona sólo en ciertas circunstancias y que a menudo resulta poco práctico y escasamente constructivo, y sobre el cual pesa, además, un interrogante central: ¿cuántos habitantes deben participar de una asamblea para que sea representativa?†Decir que el asambleÃsmo funciona “sólo en ciertas circunstancias†que no se definen (o se apoyan sólo en el propio juicio) es no decir nada, si no se realiza un análisis de la complejidad y la variedad de tipologÃas de la forma asamblea. Finalmente, la democracia y la dictadura también funcionan “sólo en ciertas circunstanciasâ€, pero dicha afirmación no agrega nada a lo que ya sabemos del mundo. De modo idéntico, decir que el asambleÃsmo “a menudo resulta poco práctico y escasamente constructivo†tampoco agrega nada: del presidencialismo, el parlamentarismo o cualquier otro sistema de organización colectiva siempre podremos decir exactamente lo mismo: a menudo funcionan, a menudo son prácticos, a menudo son constructivos, a menudo no lo son; sobre todo, si no se nos aclara cuán frecuente es el “a menudoâ€, ni sabemos bien qué se entiende por “poco práctico†o por “escasamente constructivoâ€. Por ejemplo, si la idea de “constructivo†se aplicase a la “creación de una identidad colectivaâ€, entonces alguien podrÃa decir, con cierta razón, que la asamblea de Gualeguaychú ha sido muy constructiva. Si definiéramos “práctico†como “capaz de servir prontamente a la voluntad de aquellos a quienes representaâ€, la democracia representativa resultarÃa mucho menos “práctica†que la asamblea entrerriana. Necesitamos afirmaciones respaldadas por algún rigor empÃrico o teórico, antes que meras sugerencias polÃticamente intencionadas.
En resumen, la “idea central†del texto es temerosa, imprecisa y polÃticamente cargada en cada uno de sus tramos. Es temerosa porque el autor pone freno y marcha atrás ante cada uno de sus dichos, para que sea menos obvio lo que dice. Por ser temerosa, la “idea central†es también imprecisa, ya que el autor, sabiendo que quiere afirmar como cierto algo que los hechos no le permiten sostener, rodea a cada frase de un velo de ambigüedad que pretende evitar eventuales crÃticas.
Conviene recordar que la experiencia de Gualeguaychú representa el pico más alto de la corta historia asamblearia de Argentina, y que ella conlleva un mérito especial, el de poner en la agenda pública la cuestión ambiental de un modo contundente y quizás irreversible. Fue su acción la que logró impedir la instalación de la primera planta pastera programada (la española Ence). Sin embargo, también fue la experiencia que más rápidamente mostró sus lÃmites. Pero los lÃmites de Gualeguaychú no están tanto en su dinámica asamblearia, que muchas veces aparece asociada a una obstinación mediática (debido a la sobreexposición que los mismos medios alimentan); tampoco en su carácter de clase (la marcada presencia de clases medias), sino más bien en el hecho de haber desarrollado una fuerte matriz nacionalista y estatalista (se dirigió principalmente a impulsar acciones del Estado argentino en pugna con el Estado uruguayo, dificultando o hasta dinamitando la organización, alianza y acción transfronteriza de las sociedades civiles de ambas orillas); y el aferramiento a un método único –el corte en el mÃtico Arroyo Verde– convertido en eje irrenunciable y excluyente de la identidad colectiva, trasmutado de medio a fin en sà mismo.
Por un lado, el enfrentamiento entre los gobiernos argentino y uruguayo sirvió para reactivar la vieja oposición entre “paÃs grande†y “paÃs pequeñoâ€, que recorre históricamente la relación entre ambos paÃses. Por otro lado, el conflicto enfrenta a paÃses que cuentan con una tradición polÃtica muy diferente: mientras en Argentina, y más allá de sus detractores, la acción polÃtica extrainstitucional constituye un repertorio habitual de las organizaciones sociales, en Uruguay, la existencia de una fuerte tradición institucional (asociada a la democracia directa –como plebiscitos, referéndum–, pero no a la forma asamblea) generó una gran desconfianza hacia todo tipo de acción que se desarrolla por fuera de los carriles institucionales (que suelen calificarse rápidamente como “violentistasâ€).
AsÃ, el conflicto por las pasteras terminó por instalarse en un registro de difÃcil solución, antes que en el terreno de la discusión del modelo de organización económica, en conjunto con los pares uruguayos. Esta limitación quedará sin duda como aprendizaje para otras asambleas socioambientales que cuestionan el modelo de desarrollo, una de cuyas patas es el extractivo-exportador; lejos del poder y en situación de obscena asimetrÃa y completamente ignoradas por las cámaras televisivas.
Por Roberto Gargarella y Maristella Svampa, Pagina 12