La entrevista de Cecilia Fiel, a propósito del ensayo “IndÃgenas en la Argentina. FotografÃas 1860- 1970â€, de Mariana Giordano, giraba en torno del concepto de “colonización de la imagenâ€. Giordano subrayaba la “mirada eurocéntricaâ€, en una “relación de subordinaciónâ€. Los indÃgenas retratados volverÃan a ser “capturados†por la foto. Publicada el 12|1|2013
El que tiene la cámara tiene el poder y cuando uno obtura el diafragma está ejerciendo un poder sobre la otra personaâ€, dice la nota de Ñ, retomando las palabras de la historiadora Mariana Giordano, quien publicara un libro en el cual estudia las fotografÃas tomadas a los pueblos indÃgenas en la Argentina, diseminadas en diferentes museos y casas de estudios de nuestro paÃs y Europa.
Como insisten tantos antropólogos en nuestro paÃs, la violencia genocida ejercida contra los indÃgenas a través de las diferentes campañas militares, entre 1879 y 1885, no significó su exterminio. Fueron muchos los que murieron en la contienda desigual, pero muchos otros fueron capturados y terminaron compulsivamente integrados a las economÃas regionales, como trabajadores estacionales, alternado esto con la vida de pequeños productores arrinconados en sus territorios; o bien, pasaron a formar parte de una fuerza de trabajo proletarizada en las ciudades. Otros fueron entregados como trofeos de guerra, como aparece relatado en Quilito , una novela de Carlos MarÃa Ocantos, que narra el reparto de indÃgenas capturados entre las familias prominentes de la oligarquÃa criolla, donde, como en un gran mercado de esclavos, se describen escenas desgarradoras en las cuales son separados marido y mujer, hermanos de hermanas y, “lo que es más monstruoso, más inhumano, más salvaje, al hijo de la madreâ€.
Ponerle rostro al “salvajeâ€
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, la difusión de fotografÃas con retratos de indÃgenas apuntaló el discurso hegemónico de las elites criollas, que buscaba mostrar a los pueblos originarios como salvajes, bárbaros y opuestos a todo intento de civilización, aunque también éstas podÃan servir para una tarea más moralizante, a saber, como ejemplo de asimilación. Entre las increÃbles historias que aparecen capturadas en fotografÃas, desde la mirada victoriosa de las elites polÃticas y cientÃficas, hay dos que llaman la atención, por su enorme significación e impacto simbólico, pues muestran dos caras del genocidio más silencioso, a través de la aculturación y la apropiación.
Una de ellas es de Manuel Namuncurá, hijo del gran cacique Calfucurá. Si seguimos el análisis de Guillermo David en un provocativo ensayo titulado, El indio deseado. Del Dios Pampa al santito gay (2008), veremos que la distancia entre padre e hijo es enorme: Calfucurá fue el temido y celebrado cacique de origen araucano, quien hasta su muerte, impuso claros lÃmites a la vocación expansiva de los sucesivos gobiernos criollos, desde Rosas hasta Avellaneda. Namuncurá, en cambio ilustra el momento posterior al genocidio, el del sometimiento a la cultura dominante. Convertido en hazmerreÃr de la elite porteña, será el vivo retrato del indÃgena vencido, del asimilado, quien entrega incluso tres de sus hijos a sus captores, entre ellos, a Ceferino, “para que los eduquenâ€. La última fotografÃa de Namuncurá vale más que mil palabras: con sus largos 97 años, ésta lo muestra de cuerpo entero, sin su bigote guerrero y su aro de cacique, luciendo el uniforme de coronel del ejército.
La otra foto emblemática es la de Damiana, una niña aché, de tres años, cuya familia fue exterminada por colonos de Sandoa, en Paraguay, en 1896. Unica sobreviviente, fue bautizada Damiana, ya que, según la liturgia cristiana, ése era el dÃa de San Damián. La niña fue entregada por un antropólogo inglés a Alejandro Korn, el conocido médico y filósofo de La Plata, quien la llevó a la casa de su madre, en San Vicente, donde trabajó durante años como sirvienta. La historia de Damiana tiene todos los elementos de un thriller macabro y muestra como ninguna otra la articulación entre cientificismo, racialismo y poder. Como si fuera un mero objeto de estudio, la niña fue examinada por un reconocido antropólogo alemán, Robert Lehmann-Nitsche, quien como otros colegas suyos, pululaba por el Museo Antropológico de La Plata, donde se exhibÃan las grandes colecciones de huesos y esqueletos de los indÃgenas vencidos durante las campañas militares. Un museo único en el mundo en ese rubro siniestro, según me comentara alguna vez una reconocida antropóloga de La Plata… Con Damiana ya adolescente y enamorada, Lehmann-Nitsche, que continuaba con su registro etnográfico, quedó impactado por la naturalidad con la que abordaba la sexualidad, desafiando incluso el castigo de sus apropiadores. Al visitarla dos meses antes de su muerte, todavÃa en la residencia de los Korn, Lehman-Nitsche tomó una foto de la adolescente desnuda, cuya mirada triste se orienta tÃmidamente hacia la cámara. “¿Era antropológicamente imprescindible esa foto?â€, ¿O ésta ilustra la obsesión del cientÃfico alemán, a quien sottovoce se lo apodaba “el erotólogoâ€?, se pregunta la escritora Alicia Dujovne Ortiz, de quien hemos retomado esta descripción.
Pero la apropiación no termina ahÃ: Damiana murió de tuberculosis con sólo 14 años, luego de ser encerrada en un hospicio, debido a su conducta sexual. Lehman-Nitsche se llevó su cuerpo al Museo de La Plata, lo descarnó, hizo serruchar su cabeza y la envió a la Sociedad Antropológica de BerlÃn, a fin de que fuera estudiada por otro cientÃfico, Hans Virchow, amigo suyo.
La increÃble historia de Damiana fue reconstruida por la antropóloga Patricia Arenas y aparece reproducida en el libro publicado por el colectivo GuÃas, de la Universidad Nacional de La Plata, AntropologÃa del genocidio, reeditado un año atrás. Desde hace tiempo dicho equipo, que integra la Red de Investigadores en Genocidio y PolÃtica IndÃgena en Argentina, viene realizando un trabajo ejemplar en la identificación y restitución de las “colecciones†de restos humanos del Museo de La Plata a las comunidades de pueblos originarios. Entre éstas, está la restitución de Damiana, cuyo esqueleto fue entregado a los sobrevivientes de la comunidad aché en 2010, en Paraguay y, finalmente, su cráneo, repatriado desde BerlÃn en 2012.
El pasado que vuelve
La actual polÃtica de restitución de restos nos interpela y dispara otras preguntas, no sólo acerca de la relación perturbadora entre ciencia, genocidio y poder, sino también sobre el lugar que los pueblos originarios tienen en la nación argentina y las pesadas deudas que el Estado acumula para con éstos.
Pero lo más inquietante es que estas preguntas coinciden con el retorno de la memoria larga: hoy, como ayer, los pueblos originarios aparecen instalados en territorios valorizados por el capital (megaminerÃa, soja, petróleo, megaemprendimientos turÃsticos…).
En medio de tantos discursos grandilocuentes sobre los derechos humanos, la sombra del genocidio originario vuelve a cernirse en nuestro horizonte, para mostrar la realidad cruda del despojo, de la persecución y la criminalización, de la confiscación de los territorios, en nombre de los siempre repetidos modelos de progreso y desarrollo.