Hacia un nuevo paradigma de la política

Diciembre de 2001 dentro de un ciclo que comenzó con la última dictadura. La vuelta de la política a las calles y el fin de la cultura del miedo.Las asambleas, desde Cutral-Có hasta Gualeguaychú. El desafío de pensar un nuevo paradigma de la política.

A 5 años de aquellas jornadas de diciembre, me interesaría hacer hincapié en tres cuestiones. La primera se refiere a la necesidad de comprender estos hechos en una dimensión que integra tanto la continuidad como la ruptura. Ciertamente, diciembre de 2001 marcó el final del consenso neoliberal y la apertura de un nuevo escenario político. Sin embargo, es necesario insertar aquellos hechos en un ciclo mayor, aquel que se abre en 1976, con el golpe de Estado militar, el cual produjo de manera violenta una redistribución del poder social, señalando el camino hacia las grandes asimetrías sociales y económicas. Estas asimetrías, que se profundizan durante los ’90, con la implementación de una política claramente neoliberal, tienen como respuesta la búsqueda de repertorios no tradicionales de acción colectiva, por parte de los sectores más perjudicados. Los estallidos sociales provinciales y las constantes revueltas de los sindicatos estatales ilustran esta fase. En el año 1996 se registra una inflexión de talla, a partir de la emergencia de un nuevo actor, los desocupados, quienes pese a las dificultades irían ganando en términos de capacidad de acción y de visibilidad política. Diciembre de 2001 es, entonces, tanto la expresión de un proceso de acumulación de luchas en contra de un modelo excluyente, como la emergencia de algo nuevo, marcado por la vuelta de la política a las calles, por la generalización espontánea de otras formas de hacer política, de carácter basista y asambleario. Asimismo, Diciembre de 2001 trajo consigo el fin de la cultura del miedo que había instalado el terrorismo de Estado, liberando nuevas energías sociales para la confrontación con el poder y la búsqueda de solidaridades sociales.

Una segunda cuestión se refiere a las movilizaciones realizadas durante el año 2002, que produjeron una profundización en la crisis de hegemonía de los sectores dominantes. Factores diversos explican el paulatino cierre de esta situación extraordinaria. Entre ellos, recordemos que en junio de 2002, en medio de una gran debilidad, el gobierno apeló a una estrategia abiertamente represiva. Así, los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki mostraron de manera trágica la centralidad de las organizaciones piqueteras, recordando tanto la vulnerabilidad del actor movilizado como el contexto de asimetría de fuerzas. Por otro lado, pese a su productividad política, la consigna “que se vayan todos”, por su mismo carácter destituyente, fue mostrando limitaciones, lo que con el correr del año y con el declive progresivo de las movilizaciones se tradujo por la disolución de una expectativa de recomposición política “desde abajo”, al tiempo que favoreció el retorno del sistema institucional, detrás de los viejos partidos políticos y la instalación de una demanda de normalidad en vastos sectores de la sociedad. En tercer lugar, la masificación de los planes sociales y el arribo de Néstor Kirchner al gobierno abrirían una nueva etapa, capaz de relegitimar el poder y asegurar márgenes importantes de gobernabilidad, combinando la asunción de una retórica anti-neoliberal con la normalización de las orientaciones centrales del modelo neoliberal, en el marco de un nuevo escenario regional.

Tercera y última cuestión, que atañe a las subjetividades políticas. En primer lugar, al calor de las movilizaciones se produjeron cruces de experiencias entre diferentes sectores sociales, que desembocaron en nuevas modelos de militancia. Al militante social, ilustrado por los piqueteros, se sumarían nuevas figuras, que incluyen desde el activismo cultural hasta las recientes expresiones del activismo gremial (muchos de los cuales hicieron su primera experiencia en las asambleas barriales de 2002). En este proceso de reconfiguración, la generalización de la forma “asamblea” ocupará un lugar mayor. Lejos de ser una creación de las multitudes porteñas, la forma “asamblea”, con las características actuales, esto es, como espacio político extraordinario en la cual convergen desobediencia civil y democracia directa, aparece por primera vez en 1996, en la pueblada neuquina de Cutral-Có. El devenir de la democracia asamblearia se prolonga, en su dimensión más ligada a la práctica cotidiana, en las organizaciones piqueteras, con diferentes niveles de desarrollo. Diciembre de 2001 marca una fuerte inflexión, a partir de la generalización de la forma asamblea en su expresión extraordinaria, sobre todo en los barrios de la ciudad de Buenos Aires. Pero la forma asamblea deviene cada vez más un paradigma irresistible (esto es, cuyo avance no se puede detener), como lo muestra el caso de Esquel, en la provincia de Chubut, donde se organiza la primera asamblea ciudadana en contra de la minería tóxica, que luego adoptarán otras multisectoriales, en San Juan, Río Negro, Catamarca y La Rioja. En fin, los vecinos de Gualeguaychú vendrían a confirmar la centralidad de la forma asamblea como paradigma de la política desde abajo.

Cierto es que, desde el campo político y también académico, muchos se resisten a comprender la dimensión de estos cambios. Creen que la integración de nuevas formas de participación dentro de los moldes del actual régimen de dominación (una democracia decisionista y delegativa) es algo no sólo posible, como lo muestran tantas organizaciones sociales, sino también deseable para la gobernabilidad del país. Otros continúan leyendo el decálogo de la democracia representativa, como si sólo se tratara de respetar canales de mediación o procedimientos. A diferencia de estas visiones normalizadoras y normativas, nosotros creemos que el gran desafío es pensar abierta y desprejuiciadamente la potencialidad instituyente del nuevo paradigma de la política.