“La muerte instaura un límite”


La investigadora encuadra la protesta docente dentro de la resistencia al “precariado” laboral y sostiene que, aunque el crimen de Fuentealba “recompone solidaridades”, éstas podrían diluirse pronto en otro “repliegue individualista”.

Qué gran diferencia marcaría sobre este reclamo de docentes en las rutas respectos del fenómeno piquetero que Ud. tanto ha estudiado?
– Con los piqueteros, estaban en juego las fronteras de la exclusión. En ese sentido, la respuesta del gobierno de Kirchner ha sido clara: la frontera está sellada y los piqueteros deben resignarse a aceptar el lugar del “excluido”, en el marco de la consolidación de un modelo asistencial y la naturalización de las desigualdades sociales. En cambio, la lucha de los docentes, como la lucha de los trabajadores de la salud pública o los del subterráneo de Buenos Aires, pone en juego las fronteras de la precariedad (flexibilización, tercerización, cobro en negro, deterioro del salario y de las condiciones de trabajo), que se han ensanchado notablemente en los últimos años tanto en el sector privado como en el sector público. En este sentido, hay que remarcar que el crecimiento económico, lejos de ser acompañado por una estrategia de redistribución, profundizó la dinámica de precarización, ya instalada en los 90, lo cual afecta en diverso grado al conjunto de los asalariados públicos y privados. No por casualidad, las luchas sindicales se multiplicaron partir del 2004. Así, en los años que vienen, mientras que la frontera de la exclusión tenderá a permanecer más rígida o sellada gracias a la masificación de la política asistencial, la cooptación, el disciplinamiento y la demonización de los movimientos piqueteros, las fronteras de la precariedad se mostrarán más flexibles y porosas frente al protagonismo de lo que podemos llamar el extenso mundo del “precariado”.
–Antes de la muerte de Carlos Fuentealba, muchos sectores del Alto Valle reclamaban con énfasis el despeje de las rutas ocupadas por los docentes sin reparar demasiado en los métodos. Con la muerte del docente, como consecuencia del despeje reclamado, la opinión pública fue otra. ¿Cómo se entienden estos cambios tan radicales ? ¿De qué modo influye una muerte –en este caso un docente– en la continuidad de la protesta y la relación entre ésta y la sociedad?
–La respuesta de los habitantes del Alto Valle no difiere de la de otros sectores del país. Estos no son tiempos de solidaridad social sino de llamado al orden, a la seguridad, para muchos, de “vuelta a la normalidad”, luego de la gran crisis del 2002. En este contexto de repliegue individualista y de ruptura de solidaridades sociales, amplios sectores suelen sacar lo peor de sí mismos frente a la molestia que suscitan los cortes de ruta. Pero, como siempre, la muerte instaura un límite, mostrando que en Argentina es sólo ante las grandes represiones que la población se moviliza y puede recomponer solidaridades. En este sentido, las grandes represiones reactivan el fantasma, o más bien el trauma, que la sociedad argentina arrastra desde la dictadura militar (los “nuevos desaparecidos”). Igualmente, hay que decirlo: la respuesta antirrepresiva, esto es la solidaridad que se gesta a partir de un acto defensivo, reactivo (“nunca más”, “no matarás”), puede abrir nuevos horizontes (la continuidad de la protesta), pero ello no quiere decir que la lucha desemboque necesariamente en la instauración de una plataforma común, visible en la articulación de demandas o de consignas positivas (por el cambio de la política educativa, por la inclusión social).
–La respuesta nacional al crimen de Fuentealba ¿marca la “nacionalización” del conflicto educativo como ocurrió antes con el piquetero?
–La nacionalización de la lucha piquetera fue mucho más difícil y también más volátil, porque en definitiva los desocupados movilizados nunca fueron aceptados por gran parte de la sociedad. Hay sectores enteros, y llamados progresistas, que hasta el día de hoy no entendieron el fenómeno piquetero. Este fue el producto de la articulación paulatina de diversos actores, tanto de los desocupados (organizaciones independientes y autónomas) como de los actores sindicales anti-neoliberales (CTA y CCC). Asimismo, éste expresó la convergencia de diversas regiones y situaciones: las luchas de las localidades petroleras (Neuquén y Salta) y aquellas que provenían del empobrecido conurbano bonaerense, con sus grandes organizaciones y sus nuevos modelos de militancia.
 A diferencia del fenómeno piquetero, la nacionalización del conflicto educativo debería ser mucho más rápida y más duradera. No hay que olvidar que la salud y la educación son los últimos bastiones de un Estado que alguna vez tuvo una mayor vocación integradora y/o universalista, algo que siempre resuena en la memoria de todos los argentinos, inclusive de aquellas clases medias que hoy sólo aspiran al consumo o no vacilan en pedir de manera destemplada que despejen las rutas. Es cierto que en los ’90 la lucha docente tuvo un límite con la “carpa blanca”. Pero las de hoy presentan una ventaja y, a la vez, un peligro.
–¿Cuáles?
–La ventaja es que en la actualidad la situación es otra: la profundización de la precariedad se da en el marco del crecimiento económico y del cuestionamiento del consenso neoliberal, lo cual abre sin dudas nuevas oportunidades políticas. El peligro: la “carpa blanca” fracasó, entre otras cosas, cuando Ctera decidió apoyar al gobierno de la Alianza, aceptando el levantamiento de la lucha a cualquier precio. Sería terrible que la Ctera, hoy dirigida por Yasky, de quien sabemos que es pro oficialista, cometa el mismo error, apoyando a Kirchner y relativizando la responsabilidad del gobierno nacional. La conducción de la Ctera (y la CTA) tiene por delante una gran responsabilidad política, pues la lucha docente proporciona la oportunidad de avanzar sobre el Estado en pos de una verdadera reformulación del proyecto educativo, en un sentido democratizador y universal.
–¿No está agotado el sistema de reclamo mediante cortes de ruta?
–No, de ninguna manera. Todo lo contrario. Los cortes de rutas y de calles hoy aparecen como una estrategia de lucha masiva, en manos de diferentes actores sociales. Más aún, en el marco de la gran asimetría social, económica, política y cultural que existe en nuestras sociedades marcadas por el neoliberalismo, la acción directa se ha convertido en una de las pocas herramientas eficaces para aquellos que no tienen poder, frente a aquellos que tienen poder.
–Estos hechos ¿harán retroceder o benefician a quienes reclaman “mano dura” contra los cortes?
–Estos hechos marcan momentos de inflexión, que redefinen temporariamente la escena política y social. Hay que recordar lo que pasó cuando asesinaron a Kosteki y Santillán en el puente Pueyrredón (el llamado a elecciones por parte del gobierno de Duhalde). Pero habrá que ver cómo la sociedad argentina procesa estos hechos. Todo es tan volátil aquí… Este hecho abre a una doble discusión: por un lado, que las protestas sociales no pueden responderse con represión (aunque tampoco con la judicialización ni con la demonización de los actores); por otro lado, que es necesario discutir cuál es el lugar de la educación pública ¡y de la salud pública! en un proyecto de país. Y ésta es una cuestión que no admite medias tintas: o se apunta a un proyecto incluyente (lo que implica modificar el modelo educativo impuesto en los últimos 20 años) o lo que hacemos es consolidar los márgenes de la sociedad excluyente. Si no luchamos por un modelo incluyente, lo que va a suceder es que hoy nos desgarremos las vestiduras exigiendo que “no maten a los maestros”, pero mañana esas mismas personas van a pedir a los docentes que dejen de hacer paro y no hagan perder más días de clases a sus hijos…
–¿Es un fenómeno provincial particular de Neuquén, gobernada por un partido hegemónico como el MPN, o se puede generalizar al país?
–¡Qué curiosas las vueltas del MPN! ¡Es como el peronismo! En una época, bajo el gobierno del MPN, Neuquén representó la máxima encarnación del modelo nacional-desarrollista a nivel provincial, tanto por la expansión del sector público, en salud y educación, como por la posibilidad más general de integración y ascenso social. Pero fue el mismo Sapag el que inició la etapa de reversión y transformación del modelo socioeconómico. ¿Se acuerdan de la reacción de Sapag cuando ocurrió la primera pueblada en Cutral Co en 1996?
En un último acto de caudillaje (pero con chaleco antibalas, según los relatos), Sapag fue a negociar en medio de la ruta cortada, sin entender demasiado qué diablos estaba pasando. Sapag fue el último líder populista del Neuquén, pues asumió la transición al neoliberalismo pero sin despegarse del pasado.
En cambio, Sobisch ya es un representante puro del neoliberalismo, con un gran desprecio por lo público. Está más acostumbrado a negociar con las petroleras que a atender los reclamos de los empleados estatales. Pero no es tanto el hegemonismo del MPN, pese a sus avatares en términos de liderazgos, lo que hace particular a Neuquén. El gobernador Romero en Salta lleva a cabo una política similar. Ambas provincias tienen en común el presente de riqueza: petróleo, superávit fiscal, enclaves de exportación que no benefician a la comunidad. Pero Neuquén suma dos diferenciales: posee un pasado de integración social (que no tiene Salta, por ejemplo) y una tradición de lucha que llevó a la constitución de una cultura fuertemente contestataria (mucho más que en otras provincias). Todo ello convierte a Neuquén en una provincia más explosiva que otras. En fin, no por casualidad las dos primeras grandes puebladas de la era neoliberal, así como la experiencia tan emblemática de una fábrica recuperada como la de Zanón, se dieron en Neuquén.

El Diario de Río Negro