La nueva izquierda es un proyecto por construir

Maristella Svampa, socióloga y escritora, es una estudiosa de los movimientos sociales en América Latina y de la cuestión ambiental frente al concepto tradicional de desarrollo económico. Autora de libros como Maldesarrollo. La Argentina del extractivismo y el despojo (con Enrique Viale) y 15 mitos y realidades sobre la minería trasnacional en Argentina.

El retroceso de los gobiernos llamados progresistas en al región ya es una característica a partir de los casos de Venezuela, Argentina, la vuelta al ruedo de Tabaré Vázquez en Uruguay, la situación de Dilma Russef y Michelle Bachelet en Brasil y Chile. Ante este panorama Maristella Svampa traza para PREGUNTAS una mirada sobre lo hecho por esa centroizquierda y los desafíos pendientes en esta hora.

-¿Qué panorama podemos esperar para la Argentina y la región con los gobiernos de centroizquierda en retirada o golpeados?

-En la región estamos en una situación de inflexión histórica que combina el agotamiento del progresismo con el fin de ciclo, frente a la conversión de gobiernos de centro-izquierda en populismos de alta intensidad. Pero empecemos por la Argentina, donde este escenario contribuyó a la derechización de la oferta electoral, visible en el ballotage del 22 de noviembre, en el cual la sociedad tuvo que elegir entre Scioli, representante de la derecha peronista conservadora y Macri, representante de la derecha empresarial. En esta línea, el nuevo gobierno de Macri presentará rupturas pero también continuidades respecto del gobierno saliente. Para comenzar, en términos de rupturas, hay que señalar aquellas de tipo ideológico: a partir del 10 de diciembre, la Argentina dejará de ser gobernada por un régimen identificado con un populismo de alta intensidad, asentado en la concentración del poder, en una aceitada comunidad de negocios, en la intolerancia a las disidencias y el hiperliderazgo de Cristina; para pasar a ser gobernada por una derecha aperturista, de tipo empresarial, una nueva comunidad de negocios, que no desprecia el trabajo territorial, pero entiende la política como gestión y como marketing.

No creo sin embargo que esta ruptura ideológica signifique sin más una vuelta al neoliberalismo de los años `90. Es cierto que es de temer un escenario más desigualador en lo social, pero todo ello dependerá también de los límites que coloque la sociedad argentina al nuevo gobierno. No hay que olvidar que vivimos en una sociedad diferente a la de hace dos décadas, visible en la capacidad de protesta social y el expandido lenguaje de derechos. Todo ello, abre poco espacio para un tal retroceso. No por casualidad,  Macri parece estar buscando plantarse en un espacio de geometría variable, de oscilación entre un desarrollismo a la Frondizi (al único que citó en su discurso de asunción), con menos Estado, pero con obras públicas y un reconocimiento de la importancia de lo social, y un neoliberalismo postnoventista, de tipo aperturista, al estilo del chileno Sebastián Piñera. Cómo se dará ese equilibrio tensional entre uno y otro; cuál de las dos tendencias prevalecerá, todavía no lo sabemos, pero la composición del gabinete económico muestra la presencia de ambas.REPORT THIS AD

Por último, cabe esperar que la Argentina transite hacia un escenario menos polarizado en el que se debiliten los esquemas binarios que caracterizaron los últimos ocho años de kirchnerismo (desde el conflicto por la 125, en 2008) y que generaron un empobrecedor marco de inteligibilidad de la realidad en ciertos sectores de la sociedad. Pero queda una sociedad visiblemente dañada, que no creo vaya a ser reparada en el marco de la alternancia planteada, pese al lenguaje acuerdista del nuevo presidente. No sólo porque en ese juego perverso que durante años jugaron tanto el oficialismo como la oposición salieron a relucir los peores sentimientos de la sociedad y la clase política argentina, sino porque además el kirchnerismo deja como legado una herida política y cultural que beneficia a las derechas en boga, en detrimento de las centro-izquierdas hoy colapsadas o divididas, que tarde o temprano tendrán que asumir el desafío de reinventarse.

-¿Qué puede pasar con los cientos de focos de conflicto en todo el país, con las asambleas que resisten la megaminería, los criollos que pelean por sus tierras en el norte, los pueblos originarios que luchan por las suyas en la Patagonia y aquellos pueblos que se oponen a Monsanto y los agroquímicos, teniendo en cuenta que el nuevo gobierno derechiza la situación desde el Estado?

-Habrá continuidad respecto del extractivismo, desde la megaminería, el fracking, el acaparamiento de tierras y el agronegocios. Es cierto que la elección de CEOS de empresas alertó a las poblaciones afectadas, pero esto no significa que coman vidrio respecto del pasado reciente. Después de todo, Miguel Galuccio, el CEO de YPF, viene de una multinacional casi más importante que la Shell y el secretario de minería del kirchnerismo, Jorge Mayoral, tiene empresas proveedoras de la Barrick Gold. El kirchnerismo supo consolidar una poderosa comunidad de negocios, aunque articulara el lenguaje de las mediaciones políticas, una épica progresista y  contara con el silencio cómplice de tantos intelectuales. Asimismo, hay que recordar que Daniel Scioli, fue el primer candidato presidencial en ir a abrazar al gobernador de San Juan, luego del derrame de solución cianurada de la Barrick Gold en septiembre de este año. En razón de ello, no creo que en esta arena Macri invente nada que ya no haya hecho el kirchnerismo. Incluso, es probable que durante los primeros meses escuche las voces bajas de esas poblaciones, ya que los nuevos gobiernos suelen asumir con un grado de escucha mayor que los gobiernos salientes. Eso sucede con los pueblos originarios, que en pos de un prometido reconocimiento de sus demandas, levantaron un acampe que llevaba casi 9 meses en la central avenida 9 de julio. No sucede lo mismo con la megaminería, y por esa razón, desde antes del ballotage, el lema de las asambleas socio-ambientales es “Gane quien gane, no habrá megaminería”. Ni con el fracking, donde ya se anunciaron inversiones millonarias de la multinacional Dow, que operará con YPF. Mucho menos con el agronegocios, donde se espera una profundización del modelo, en el marco de un rechazo cada vez mayor a Monsanto y a los efectos socio-sanitarios del glifosato. En esta línea, el escenario planteado por Macri supone más extractivismo, con lo cual tendremos nuevas situaciones de represión y de menoscabo de la democracia.

-¿Hay alguna alternativa política viable, con fuerza, frente a lo que suele llamarse saqueo de los recursos naturales?

-Hay organizaciones sociales muy celosas de su autonomía, algo que muchas veces conspira contra la posibilidad de pensar una alternativa política amplia, más allá de los apoyos parciales de ciertos dirigentes de izquierda y centro-izquierda a estas luchas. Supongo, que se abrirá un espacio más favorable para las izquierdas independientes, que venían muy golpeadas, incluso paralizadas en los últimos años del kirchnerismo. Es importante que éstas vuelvan a la escena política, por su vínculo con diferentes movimientos sociales, frente a un escenario que nos confronta con una derecha aperturista, productivista y empresarial. Lo que hay que construir en Argentina, como en otros países de la región, es una izquierda plural, democrática, que tome activamente la crítica al extractivismo y desarrolle lenguajes-puente con las organizaciones sindicales, enclavadas en las grandes urbes. La nueva izquierda, es un proyecto a construir, que no sólo exige pensar más allá de los hiperliderazgos y acompañar el necesario reempoderamiento de los movimientos sociales, sino también un profundo cambio cultural acerca de los patrones de producción y de consumo.

-En el resto de América Latina ¿los movimientos sociales ganan fuerza o están perdiendo la batalla? ¿Cuál es el mapa?

-En otros países el escenario de agotamiento y de giro político a la derecha presenta perfiles dramáticos, como en Venezuela y Brasil. Sin embargo, creo que el giro a la derecha es anterior, preanunciado por escenarios nacionales caracterizados por procesos de ajuste económico, por la creciente represión de las disidencias, por la profundización de la corrupción; por la disparatada nube de privilegios en la cual se instalaron estos gobiernos, confundiendo lo público y lo privado y naturalizando su relación con el poder… El ciclo se cierra con un sabor amargo, frente a alternancias necesarias, pero poco deseables, de cara a los gobiernos conservadores que vienen.

Hay movimientos sociales que ha venido criticando a los gobiernos de la región, Pero también hay que decir que no fueron pocos los que se adaptaron a los liderazgos populistas, plebiscitándolos, contribuyendo al cierre hegemonista, avalando con ello  la idea de que el cambio social no estaría vinculado a la capacidad disruptiva de las luchas y de las organizaciones sociales, sino en las decisiones de los líderes.

En esta línea, siento que los latinoamericanos hemos perdido una gran oportunidad de cambio, que se abrió en el año 2000 y tuvo como punto máximo de inflexión, el No al Alca, en 2005, hace diez años exactamente, en Mar del Plata, en aquel estadio histórico que reunió movimientos sociales de toda la región, junto con presidentes que en ese momento sostenían un latinoamericanismo consecuente, como Chávez, Lula e incluso Néstor Kirchner. Visto a la distancia, el No al Alca, que tendría que haber sido el punto de partida de construcción de un nuevo regionalismo desafiante, terminó por ser el punto máximo del mismo. Con los años, los hiperliderazgos terminaron siendo más un problema que una solución, de cara al desempoderamiento de los movimientos sociales y la posibilidad cada vez menos concreta y puramente retórica de construir una alternativa regionalista de izquierda, en una situación geopolitica complicada, de transición hegemónica.

Como decía antes, desde el punto estrictamente político, asistimos a una actualización de populismos de alta intensidad, que afirma un modelo de subordinación de los actores sociales (movimientos sociales y organizaciones indígenas) y apunta a la cancelación de las diferencias, poniendo de relieve la amenaza y cercenamiento de libertades políticas. Los ejemplos más recientes son los de Bolivia y Ecuador, donde las promesas de generar “otros modelos de desarrollo”, o el “Buen Vivir” desde fuera de una  matriz extractivista, son ya muy lejanas. Así, en Bolivia, en agosto pasado, el vicepresidente Alvaro García Linera, fustigó con una retórica virulenta a cuatro Ongs nacionales, a las cuales trató de mentirosas, amenazándolas con expulsarlas del país, debido a que sus informes contradecían el discurso oficial, mostrando el avance del agronegocios, o bien porque defienden las comunidades indígeno-campesinas. De manera sintomática, este ataque a las libertades sucede en un contexto de fin del superciclo del precio de los commodities (la caída de los precios internacionales de los commodities), lo cual generó como respuesta de parte del gobierno, el avance de la frontera extractiva, con el anuncio de la exploración hidrocarburífera en siete parques naturales.

Con un conjunto de intelectuales, entre ellos Boaventura de Sousa Santos, Leonardo Boff, Alberto Acosta, Raúl Zibechi, Raquel Gutierrez, entre otros, enviamos una carta abierta a García Linera rechazando las descalificaciones y amenazas, las que de concretarse, implicarían una violación de los derechos civiles y, por consiguiente, un enorme retroceso para la democracia boliviana.[1] Subrayamos también que “la disidencia o la crítica intelectual no se combate a fuerza de censura y efecto de amenazas y descalificaciones, sino con más debate, más apertura a la discusión política e intelectual; esto es, con más democracia”.  García Linera contestó con otra carta en la cual insistía en que las ONgs en el banquillo mentían, que éstas que no fueron amenazadas de expulsión, sino de defender “los intereses de la derecha política internacional”, al tiempo que afirmaba que los intelectuales que firmamos dicha carta habíamos sido engañados… Poco seria como respuesta. Pero la estigmatización de las organizaciones, las lecturas conspirativas y la descalificación de la crítica continúan… Parecen respuestas propias del Partido Comunista en los años 50…

Pero volviendo al fin de ciclo progresista, hay que decir que entre 2000 y 2015 mucha agua corrió bajo el puente. Vale la pena preguntarse entonces si la tensión entre transformación y restauración en este cambio de época no fue desembocando en un cierre más conservador, una Revolución Pasiva â€“como sostiene desde hace tiempo Massimo Modonesi.Triste y lamentable final sería entonces el de nuestros gobiernos progresistas que tanta energía colectiva y expectativa política conllevaron, lo cual incluye por supuesto no sólo las experiencias populistas, en sus diferentes matices, sino aquellas otras más institucionalistas, como las del PT brasileño, que bajo el segundo mandato de Dilma Roussef atraviesa hoy su hora más aciaga, marcada por la corrupción, el ajuste económico y el olvido de las promesas de transformación social.

-En la región hay una puja entre Estados Unidos y China por los recursos. ¿Cuál sería una política de Estado realista para enfrentar la situación en provecho de América Latina?

-Los cambios geopolíticos de la última década marcan el declive de la primacía hegemónica de Estados Unidos y el ascenso de China como gran potencia global. Luego de 15 años de progresismo, ambas potencias están bien plantadas en América Latina, por la via de convenios y tratados unilaterales, que profundizan el extractivismo y la reprimarización de las economías.

Así, la presencia de Estados Unidos, más allá del No al Alca y la expansión de un “regionalismo latinoamericano desafiante” (la expresión es del mexicano Jaime Preciado), en clave antinorteamericana, estuvo lejos de evitar que, con posterioridad, aquel firmara TLC (Tratados de Libre Comercio) de forma bilateral con varios países latinoamericanos, y que en 2011 se creara un nuevo bloque regional, la Alianza del Pacífico, con la participación de países como Chile, Colombia, Perú y México.  El caso de China es aún más paradójico, porque la consolidación de las relaciones asimétricas ha venido de la mano de un discurso que habla de la cooperación Sur-Sur o la idea de una asociación estratégica. Los países latinoamericanos han venido firmando con China de modo unilateral convenios que en muchos casos los comprometen por décadas y que en lugar de afianzar la integración latinoamericana, no hace más que potenciar la competencia entre países exportadores de commmodities.

Así, por esas vueltas de la historia, la consolidación de relaciones asimétricas con China se ha tornado evidente al cumplirse los diez años de aquel enterramiento del ALCA (2005), que resuena tanto en el imaginario antiimperialista latinoamericano. En esta arena, el 2015 fue un año crucial, pues se abrió con la firma de numerosos convenios comerciales entre Argentina y China, luego de un publicitado viaje de Cristina Fernández de Kirchner que incluyó entre otras cosas infraestructura y represas, así como numerosos convenios con cláusulas secretas; y que se cierra con los acuerdos realizados por Bolivia, a través del vicepresidente Alvaro García Linera, quien obtuvo un crédito millonario para financiar obras de infraestructura (megacarreteras) que unirán por tres vías distintas la amazonia, los valles y el altiplano, además de vías férreas y de energía eléctrica. Con esta medida, China se transformaría en el principal acreedor de Bolivia, desplazando a instituciones financieras controladas por EE.UU. y la Unión Europea. Pese al entusiasmo que esto despertó en Bolivia, pocos parecen preguntarse qué sucederá con las poblaciones campesino-indígenas que no acuerden con estos megaproyectos, o cómo afectará las áreas protegidas y la biodiversidad.

En este marco, habría que darle un verdadero contenido al “regionalismo latinoamericano desafiante” desde los movimientos sociales, pues no creo que esto se busque hacer desde los gobiernos emergentes y sus políticas públicas. Todo lo contrario; el giro conservador hará ostensible su apoyo a la Alianza del Pacífico, desterrando la narrativa más bolivariana de la integración y el desafío ati-imperialista.

-En España y buena parte de Europa aparecen y toman fuerza teorías sobre el decrecimiento ¿pueden ser la salida a un concepto de desarrollo que propugna desde el siglo veinte los combustibles no renovables como el petróleo?

-No me gusta el concepto de decrecimiento, porque además, como dice el economista vasco Koldo Unceta, el concepto tiene una eficacia relativa, en su carácter eurocentrado termina por convertirse en un concepto boomerang, sobre todo porque implica una oposición frontal a todo tipo de crecimiento, máxime cuando se la piensa desde las sociedades periféricas. Prefiero hablar de Posextractivismo, de Posdesarrollo o incluso de Poscrecimiento; conceptos que implican el abandono de la idea de progreso, basada en la creencia del desarrollo infinito en un planeta con recursos finitos. Para ello hay que alentar propuestas de cambio global, que apunten a generar sociedades equitativas y realmente sustentables. El propio Unceta plantea como claves las 3 D: Desmaterialización (producción más eficiente con menos recursos); Descentralización o Democratización (control de la gente en el proceso de toma de decisiones, y Desmercantilización (una sociedad menos dependiente del mercado).

-¿De qué hablamos cuando nos referimos a la geopolítica del Litio?

-Desde hace un tiempo, en el Norte global se habla acerca del rol estratégico que podría tener el litio en una transición energética, de salida de la matriz ligada a los combustibles fósiles, hacia una “sociedad carbono cero”. Pese a que un 85% de las reservas probadas de litio en salmueras se encuentran en la región norte de Chile, sur de Bolivia y noroeste de la Argentina, en Sudamérica hay muy poco debate y escasa investigación sobre el tema.

Si bien es cierto que, a diferencia de otros minerales y metales (como la plata, el oro y el cobre), el litio podría llegar a cumplir un rol importante en la transición hacia otra matriz energética, fundada en energías limpias y renovables, también lo es que la exploración y extracción tiene costos ambientales, sobre todo en lo que respecta a la afectación del agua (no se utilizan sustancias químicas, pero se requiere de gran cantidad de agua), un bien raro en el norte argentino. Asimismo, compite claramente con las actividades agrícolas y de pastoreo de las comunidades indígenas locales, las cuales ni siquiera han sido consultadas, al tiempo que sus impactos negativos incluyen también el turismo. Por último, como señala Bruno Fornillo, en el libro Geopolítica del Litio. Industria, Ciencia y Energía en Argentina, que recomiendo muy especialmente, el desafío está en construir la batería del litio, y no exportar solamente el carbonato de litio. Sin embargo, el gran riesgo es que, en el marco del modelo actual de minería transnacional prevalente en Argentina, que es un modelo expoliador y destructivo, la cuestión del litio no sea más que un gran fiasco, una suerte de fuego fatuo que servirá para justificar el saqueo, facilitando la transición energética en los países del norte global, mientras en el sur se insiste con energías fuertemente contaminantes.

Semanario Preguntas
https://semanariopreguntas.wordpress.com/2016/01/08/la-nueva-izquierda-es-un-proyecto-a-construir-entrevista-con-maristella-svampa/