Los ruidos del Agua, Revista Ñ, 19/4/2013

os ruidos del agua
¿Qué ciudad se está gestando?; ¿Se podía prever la catástrofe? se pregunta Svampa y prosigue el debate de la última Ñ sobre las urbes inundadas y el futuro inquietante.

POR MARISTELLA SVAMPA

DEUDA. Según la autora, se debe repensar la dinámica destructiva de los modelos vigentes.
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El agua jaquea a las ciudades y sus hombres
Por estos días alguien recordaba la frase de Mike Davis, gran urbanista e historiador, cuando refiriéndose al huracán Katrina, que devastó la ciudad de Nueva Orléans, afirmó: “Esta es la menos natural de las catástrofes”. ¿Es esto aplicable a la catástrofe que asoló las ciudades de La Plata y Buenos Aires? ¿Se trata ciertamente de un fenómeno que conoce sólo fuentes antropogénicas o hay que “culpar” a la Naturaleza, como hiciera, entre otros, el intendente de La Plata? ¿Qué tipo de ciudad se está consolidando en la Argentina y cuál es su relación con los modelos de desarrollo actualmente vigentes? ¿Hay más o menos Estado, o más bien, para qué sirve el Estado que algunos señalan como singularmente ausente y desde el oficialismo declaman como un actor omnipresente?

Son numerosos los debates de fondo que se abren a partir de la enorme catástrofe sufrida por la población platense y algunos barrios de la ciudad de Buenos Aires. En el número anterior de Ñ , el excelente artículo de Margarita Gascón aludía a la compleja materialidad de la ciudad moderna, la relación con el ambiente en la era del Antropoceno, mientras que el de Guillermo Tella ponía el acento en el desarrollo inmobiliario y la necesidad de generar escenarios de tipo preventivo. En diálogo con ambas notas, quisiera enfatizar la importancia de los factores antropogénicos, término que designa aquellos efectos y procesos causados por las actividades humanas, vinculándolos más directamente con los modelos de desarrollo y las dinámicas políticas y económicas.

En sintonía con el documento presentado por numerosas organizaciones políticas, sociales e intelectuales, titulado “La tormenta tiene causas naturales, la catástrofe no”, creemos que en nuestro país los procesos antropogénicos que afectan la relación entre el hombre, su hábitat y el ambiente, se ven agravados por las formas dominantes de apropiación del territorio y, en consecuencia, por los modelos de desarrollo que hoy se impulsan deliberadamente desde las diferentes estructuras del Estado. Para comenzar, el modelo estrella, el sojero, cuyas consecuencias son la deforestación, el acaparamiento de tierras y el desplazamiento de poblaciones hacia las ciudades; la megaminería, responsable de la contaminación de aguas y suelos, así como de pasivos ambientales; la explotación hidrocarburífera, que ahora apunta a explotar los llamados combustibles no convencionales a través de la fractura hidráulica o fracking, el cual, como demuestran diferentes estudios científicos, contamina las aguas y puede generar movimientos sísmicos; el transporte, el cual, desde el desmantelamiento del sistema ferroviario, en los 90, ha sobredimensionado el uso del transporte terrestre; en fin, cada vez más, el modelo inmobiliario que impulsa la urbanización descontrolada, la especulación, la eliminación de espacios verdes y la expulsión de poblaciones vulnerables.

La expansión de tales modelos de (mal)desarrollo, en un contexto de acelerado cambio climático, a lo cual hay que sumar la ausencia de previsión y la nada inocente falta de control de los funcionarios, en sus distintos niveles, nos advierte sobre el carácter peligrosamente insustentable de nuestras ciudades, al tiempo que echa luz no sólo sobre esta catástrofe y aquellas que podrían venir, sino también sobre el “proyecto de país”, a la larga también insustentable, que se estaría consolidando.

Numerosos analistas aludieron críticamente a la construcción descontrolada en las ciudades. En esta línea, otra variable preocupante es la expansión de los megamprendimientos residenciales –al estilo de los countries–, comerciales y turísticos, que se reactivaron de la mano de desarrolladores y grandes grupos inmobiliarios a partir de 2004. Al igual que en los 90, dichos grupos están poco interesados en cumplir con regulaciones urbanísticas y ambientales que, por otra parte, el propio Estado no les exige. Un ejemplo son las urbanizaciones cerradas acuáticas –que construyen su oferta en torno de paisajes asociados al agua– asentadas en la cuenca de los ríos Luján, Paraná de las Palmas y Reconquista. Tal como analiza la geógrafa platense Patricia Pintos, estas urbanizaciones tienden a desplazar poblaciones vulnerables y amenazan ecosistemas estratégicos y frágiles, como los humedales y las cuencas de los ríos, imprescindibles para la sustentabilidad del aglomerado metropolitano. Algo similar sucede con los megaemprendimientos comerciales y residenciales proyectados en Quilmes y otras localidades, que buscan emular el modelo elitista de Puerto Madero. Y, aunque parezca increíble, esto pretende hacerse invocando la defensa de la naturaleza y la sustentabilidad… Por último, otra variable importante es la proliferación de asentamientos, junto a los arroyos y ríos (inundables), así como en las ciudades. Sólo en la ciudad de Buenos Aires, en los últimos diez años, la población en asentamientos aumentó un 50%.

De modo que, pese a la retórica progresista en boga, no hemos salido del modelo de ciudad neoliberal. Antes bien, tanto el kirchnerismo como el macrismo enfatizaron la dinámica urbana propia del neoliberalismo. Frente a ello, cabe preguntar acerca del significado del retorno del Estado, cuando la realidad urbana muestra que su rol apunta a profundizar la acción del mercado, de la mano de los grandes agentes económicos –algo ilustrado por las reformas del Código de Ordenamiento Urbano en La Plata o por los negociados inmobiliarios en la ciudad de Buenos Aires, que comprometen al oficialismo local y nacional–, lo cual choca a todas luces con un modelo de ciudad socialmente inclusiva y ambientalmente sustentable. Así, si nuestras catástrofes entrecruzan de manera perturbadora escenas microapocalípticas, esto es, localizadas, de caos y muerte, con situaciones de solidaridad y auto-organización social, lo hacen de cara a un Estado bifronte: ausente en lo que respecta a la prevención y manejo de las emergencias, pero presente, en tanto actor crucial en la instalación o potenciación de dichas dinámicas destructivas.

En suma, de cara a la catástrofe, resulta imperioso reflexionar sobre la dinámica destructiva de los modelos de desarrollo y los tipos urbanos que se van consolidando. Consecuentemente, debemos repensar el rol del Estado, pues su retorno, tal como está planteado, no garantiza cambios de fondo en relación con la dinámica neoliberal. La ciudad contemporánea, para citar una vez más a Mike Davis, exige urgentes y ambiciosas investigaciones científicas, una ecología urbana que muchos desconocen o minimizan, una mirada integral, no soluciones lineales, estructuras conceptuales de gran escala que nos ayuden a entender su naturaleza, ya que “sólo una fina y transparente hoja de frágil cristal separa la civilización de su recaída catastrófica en el abismo de la historia”.