Lxs pequeñxs bolsonaros

El escenario político electoral de la Argentina nos devuelve una imagen muy preocupante. Por un lado, a nivel nacional, asistimos a una derechización de la oferta política y el colapso (anunciado) del espacio de centro-izquierda. El pase del más conservador de todos los peronistas, Miguel Angel Pichetto, a la fórmula oficialista (Juntos por Cambiemos) dinamitó de modo previsible el peronismo federal. Asimismo, el sorpresivo alineamiento por derecha de lo que debería haber sido una expresión de la centro-izquierda, Consenso 2030, deja un sabor amargo, sobre todo para lxs que venían apostando contra viento y marea por la construcción de un nuevo espacio progresista. A la hora actual resulta difícil creer en ello, con un candidato como el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, tan cercano al Opus Dei y tan lejos de los pañuelos verdes, como acompañante del economista Roberto Lavagna, cuyas artes políticas parecieran no estar a la altura de su imponente autoestima personal.

Completa el escenario, ya polarizado, la fórmula centrista del Frente Para Todos, con Alberto Fernández a la cabeza, un político peronista de centro, no confrontativo y «dialoguista» con todos los sectores de poder. Aunque el gesto de moderación centrista propuesto por el kirchnerismo fue leído como la oportunidad política de oxigenar una sociedad que arrastra con cierto hartazgo los efectos tóxicos de la polarización, junto con la peor crisis económica desde 2001, el corrimiento ideológico es evidente.

De manera paradójica, los realineamientos por centro-derecha, que se hacen en nombre del llamado a la despolarización, alimentan aún más la polarización, a la vez que confirman que la Argentina de los próximos tiempos vendrá sellada por pactos de gobernabilidad, cuyo objetivo es aplacar la demanda social pero al mismo tiempo garantizar el consecuente pago de la deuda externa y la sed de los mercados. Nada asegura tampoco que la derecha neoliberal haya perdido su oportunidad de ser reelegida, en un marco en el cual mientras la polarización se acentúa, la asociación del kirchnerismo con la corrupción y el «retorno del pasado», continúa dando réditos políticos.

Por otro lado, a nivel provincial, más allá de las derrotas de Cambiemos, los resultados electorales nos hacen recordar cuán lejos estamos de 2001 y su exigencia de renovación política. Si no triunfan los oficialismos, los recambios tampoco anuncian algo nuevo. Esta última semana, mientras que en San Luis compitieron dos hermanos en una disputa intradinástica tan feroz como aburrida por la posesión del feudo; en Formosa, el controversial Gildo Insfran, con su más del 70% de votos, avanzará en su séptimo mandato, sin contrincantes a la vista, con ley de lemas y reelección indefinida.

La reacción conservadora

El dato más novedoso de las elecciones provinciales de la última semana la dio una de las provincias consideradas más progresistas, Santa Fe, donde la noticia más relevante es que una modelo, conocida panelista televisiva, Amalia Granata, que se opone al aborto legal, obtuvo el 20% de los votos. Ella, junto con otros cinco candidatos de su lista, será ahora diputada provincial, en nombre de un partido recientemente creado, «Unite por la familia y la vida «.

Asimismo hay que recordar que en 2018 Omar Perotti, entonces senador nacional por el Frente para la Victoria y hoy gobernador electo de Santa Fe, fue uno de los pocos que se abstuvo en la votación en el Congreso nacional en relación al aborto. A esto se suma que durante su campaña hizo un uso controvertido del logo feminista de “Ni una menos”, en color azul, además de apelar a premisas securitarias levantadas por la extrema derecha, como “Paz y orden”, en una provincia con una alta tasa de delito, ligada a la inseguridad y el avance del narcotráfico.

Dicho esto, conviene detenerse en el fenómeno santafecino, y pensarlo no sólo a nivel nacional sino también regional y latinoamericano. Si bien la Argentina y Brasil comparten el giro a la derecha, expresan situaciones muy diferentes. Mientras que la Argentina hizo el giro de la mano de una derecha conservadora y neoliberal, más ligada –incluso en su propio fracaso– a los ’90; el caso de Brasil, con el triunfo de Jair Bolsonaro, ilustra la emergencia de una nueva derecha antidemocrática, que defiende valores tradicionales y jerárquicos, en nombre de la familia, la división sexual binaria, el orden y la seguridad. Sin embargo, a nivel social, y pese a las diferencias, en la Argentina existen elementos propios del giro reaccionario-autoritario que vemos en Brasil, aunque este encontró otras vías de expresión, más específicas: primero durante la discusión y sanción de la Ley de matrimonio igualitario en 2010, luego, de manera más virulenta, con el proyecto de legalización del aborto, en 2018.

Tengamos en cuenta que el debate por el aborto legal instaló en la agenda pública no solo la problemática de la violencia de género, sino también un potente discurso feminista de decidido corte antipatriarcal. En este movimiento social (el abigarrado espacio del Ni una menos), caracterizado por la movilización masiva, convergieron dos olas: aquella representada por los colectivos feministas que desde hace décadas vienen bregando por la legalización del aborto, con la ola más reciente, ilustrada por la flamante vitalidad antipatriarcal de las más jóvenes. La lucha por la legalización del aborto hizo que este movimiento policlasista e intergeneracional se convirtiera en una nueva fuerza social, una revolución de alcances inesperados, donde las mujeres expresan un nuevo ethos que se coloca por encima de los clivajes ideológicos (la sororidad y la autonomía de los cuerpos).

En 2018, la discusión por el aborto legal dividió a la sociedad en dos campos: por un lado, el campo liberal-democrático y el radical-feminista; por otro lado, el campo liberal conservador y el reaccionario-autoritario. Este último campo, el de los pañuelos celestes, autodenominado «pro vida», desarrolló una gran capacidad de movilización, de la mano de sectores pentecostales y del catolicismo ultraconservador; ejerciendo una abierta presión sobre lxs legisladorxs nacionales para rechazar el proyecto de ley del aborto en el Senado, además de impulsar interpretaciones forzadas, lesivas e incluso desquiciadas –como comparar el derecho al aborto con el nazismo, o con la última dictadura militar argentina.

Sin duda, la marea feminista constituye el movimiento social más potente e innovador de la Argentina de las últimas décadas. Ahora bien, incluso la derrota del proyecto de ley en favor del aborto en el Senado nos hizo creer que, más allá de la batalla perdida, la marea verde no sólo había llegado para quedarse, sino también que, más temprano que tarde, se haría justicia. En contraste con este optimismo, hoy la marea verde feminista tiene su backlash, su reacción conservadora. En el norte del país, donde esta suele ser más automática y notoria e involucra la activa complicidad de funcionarios locales y provinciales, comenzaron a realizarse acciones que pretenden obstaculizar los abortos no punibles (en casos de violación, y cuando existe peligro para la vida o la salud de la mujer, algo que la legislación argentina garantiza desde 1921). Por otro lado, surgieron “grupos de padres” (que en realidad son grupos organizados de activistas antiderechos), para movilizarse en rechazo de la ley de Educación Sexual Integral en las escuelas, norma cuyo carácter progresista es innegable. En esta línea, la nueva presentación del proyecto de Ley del aborto legal, realizada en mayo de 2019 ante el Congreso nacional, presagia la reedición de contiendas sociales y nuevas espirales de polarización.

En suma, es probable que la elección de Granata y su partido “Unite por la familia y la vida” encuentre nuevas réplicas y asistamos al surgimiento de grupos/partidos políticos reaccionarios en cuyos discursos se destacan el llamado al orden patriarcal tradicional, el de la previsibilidad de las divisiones binarias, el de la distinción entre «lo normal y lo patológico/lo desviado». Es probable también que, al calor de la polarización, estos grupos tiendan a converger con otros que apelan a la “mano dura” y proclaman la defensa del orden capitalista clásico/autoritario. Aunque hoy esas demandas se encuentran más bien dispersas, no es imposible que en un escenario futuro confluyan tácticamente como eslabones en una misma cadena de equivalencia.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿Hasta dónde la marea verde es imparable? Más aún, ¿hasta dónde puede llegar la réplica, a través de la difusión de discursos y políticas de derecha, que traducen de la peor manera los peores sentimientos de la sociedad, e impulsan la afirmación a rajatabla de valores morales tradicionales y desigualitarios?

Coda

Nuestro sistema energético está en crisis. El cambio climático, como expresión más visible de la crisis socio-ecológica, es una realidad. El apagón del domingo pasado, que afectó a nuestro país y parte del Cono Sur en medio de un diluvio sin fin, hizo que sintiéramos el roce de la catástrofe y advirtiéramos la importancia de la energía en nuestras vidas. Ojalá esa sensación de desamparo que vivimos sirva para abrir el debate, para pensar acerca de la situación crítica del sistema energético, sobre la importancia de la energía en nuestras vidas, sobre la necesidad de un nuevo paradigma; sobre los impactos del cambio climático.

Pero también hemos aprendido a ver que esta gran problemática no es la única cola del monstruo en medio de la oscuridad. A nivel global, la regresión también es política, y sacude a numerosas sociedades, tanto en Europa como en Estados Unidos, donde se expande una ola populista de derecha, de carácter xenófobo y la extrema derecha radical. Lo que sucede en Brasil, con Jair Bolsonaro, es un síntoma. Lo que despunta hoy en Santa Fe, en una provincia de orientación progresista, debe ocuparnos y llamarnos a la reflexión. La reacción conservadora es algo más que pura espuma reactiva: nos advierte acerca de la existencia de corrientes sociales profundas de tipo autoritarias-reaccionarias que atraviesan nuestra sociedad, y que en el marco de la polarización y el aumento de las desigualdades buscan cada vez más una expresión política electoral.

Hay que estar atentos, encender la alarma; acompañar y activar más que nunca las fuerzas sociales democráticas, aquellas que buscan abrir nuevos horizontes de justicia social y ambiental, aquellas que impulsan la expansión de nuevos derechos y combaten las ideologías de carácter reaccionario y desigualitario.

Publicado en El Cohete a la Luna
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