Muros, política y ciudadanía, diario río negro, 31 de enero de 2014,

http://www.rionegro.com.ar/diario/muros-politica-y-ciudadania-1492554-9539-nota.aspx

Los MUROS son máquinas de exclusión que se expanden bajo diversas formas en el espacio social contemporáneo. Pese a haber escrito una novela reciente sobre el tema (“El muro”, 2013), viendo lo que hoy sucede en Neuquén con la elevación del muro del edificio de la Legislatura provincial, no puedo menos que pensar que la realidad siempre termina superando a la ficción.

En la ACTUALIDAD existe una variada tipología de muros, pero el principio siempre es el mismo: se trata de establecer una barrera explícita, física que instituye una separación entre el “adentro” y el “afuera”, a partir de lo cual se busca controlar a aquellas poblaciones a las cuales por diversas razones se les niega el derecho al acceso. Pertenecer, estar adentro, tiene sus privilegios. Y LOS QUE quedan afuera son definidos como poblaciones “peligrosas”, “indeseadas”, sea que se trate de pobres urbanos o rurales, de grupos de inmigrantes o de manifestantes y organizaciones políticas y sociales. Para decirlo de otro modo: los muros separan y, al mismo tiempo, instituyen categorías diferentes de ciudadanía.

El gobierno neuquino no puede alegar ingenuidad ni tampoco tomar por estúpida a la CIUDADANÍA, cuando aprovechándose del receso de verano decide elevar los muros del edificio de la Legislatura provincial. Ya antes de esta aberrante modificación dicho edificio, tan deliberadamente distante del centro, nos devuelve una imagen inquietante, perturbadora, debido a su carácter de fortaleza amurallada. La separación que hay entre el enorme edificio y la calle más cercana, así como la altura a la cual se erigen sus murallas, lo semejan más a un anacrónico CASTILLO MEDIEVAL que a una moderna CÁMARA DE REPRESENTANTES del pueblo.

Ni que hablar de sus puertas de ingreso y de los controles a los cuáles se somete a todo aquel que se supone no simpatiza con ninguno de los oficialismos hoy vigentes (NACIONAL Y PROVINCIAL). En varias oportunidades viví en carne propia lo difícil que es el acceso a dicha Legislatura. Una de ellas –como olvidarlo– el día de la larga represión (28/8/2013), cuando los dos oficialismos sellaron de modo escandaloso el acuerdo YPF-Provincia-Chevron, en una parodia de debate democrático. Ese día una movilización de unas 5.000 personas, entre las que había organizaciones mapuches, asambleas ambientales, gremios, partidos de izquierda, referentes nacionales de diferentes partidos políticos y vecinos, se dirigió a la Legislatura provincial, que estaba fuertemente vallada y militarizada desde temprano. La represión, que arrancó por la mañana, duró unas cinco horas, e incluyó balas de goma y gases lacrimógenos, aunque también hubo un herido de bala de fuego y varios hospitalizados.

Es cierto que, desde hace TIEMPO, las vallas y rejas MÓVILES se han generalizado en el ESPACIO de la política. Esto sucede a nivel global a partir de la batalla de Seattle, en 1999, que signó la emergencia de los movimientos críticos de la globalización neoliberal; y a nivel local, en la Argentina, a partir de las movilizaciones del 2001 y el 2002. Las vallas sirven para configurar zonas de exclusión, como sucede por ejemplo en las cumbres mundiales o como podemos ver en la Plaza de Mayo, así como frente a otros edificios públicos. Pero el muro, a diferencia de las vallas –que son móviles y por ende, transitorias–, instala una frontera rígida entre el adentro y el afuera. Implica un nivel superior, una escala mayor, si hablamos del paradigma del orden y de la seguridad, aplicado de modo directo a la política.

En realidad, el muro de la Legislatura neuquina me recuerda a otro caso patagónico, ligado a la respuesta de las grandes empresas. Me refiero a la localidad de Caleta Olivia, en la provincia petrolera de Santa Cruz, donde está la planta de Termap (Terminal Marítima Petrolera). Allí en el 2005, en tiempos todavía piqueteros, Termap fue tomada varias veces por GRUPOS de desocupados. La “solución” que las empresas aglutinadas en Termap (en ese entonces una asociación entre Repsol YPF, Pan American Energy, Vintage Oil y Shell) encontraron para poner fin a los sucesivos reclamos de los desocupados que pedían trabajo (muchas de ellas mujeres) fue levantar un paredón de más de tres metros de alto, “coronado con doble alambrado de púas y custodiado por agentes encapuchados” (“La Nación”, 19/6/2005). Se lo conoce como “El muro de Caleta”, pero el citado diario lo bautizó como “muro antipiquete”. Del mismo modo, en el caso de la Legislatura de Neuquén, la respuesta del poder político es similar a la de las empresas privadas: la decisión de ELEVAR el muro, para así evadir cualquier interpelación o desafío futuro de la ciudadanía.

En suma, el muro de la Legislatura neuquina resulta tan transparente en sus intenciones, tan ostensible en su concepción delegativa, antiparticipativa y, por ende, antidemocrática de la política que no me atrevería a caracterizarlo solamente como un muro antiprotesta, sino más bien como un muro anticiudadano. Si a la crudeza del lenguaje arquitectónico (el muro) le sumamos las recientes y desafortunadas declaraciones del gobernador, que establece una distinción entre “personas” y “mapuches” (a propósito del incendio en Ruca Choroi), hay que concluir que la política para el MPN –y sus socios estratégicos– aparece naturalmente asociada a la idea de segregación, de separación, de distancia, antes que a la de vínculo, de acercamiento, de inclusión y participación. Toda una definición de los tiempos que corren y anuncios de lo que vendrá: una clase política gobernante que, frente a los conflictos, prefiere replegarse detrás de un largo muro…

 

 

(*) Socióloga, escritora e investigadora del Conicet