Reseña sobre “Donde están enterrados nuestros muertos”, Revista Ñ, 12/05

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Ay tu ex marido decía cualquier cosa, como si esto tuviera que ver con el color de piel o con la condición social” le dice la señora Dolores a Rosana, su empleada doméstica, en relación a la repercusión que adquiere la trágica muerte de su hijo Roberto en el cruce de una ruta. La respuesta de Rosana es un remate que sintetiza el espíritu que anima la novela: “¿Acaso algo no tiene que ver?” El nombre de Maristella Svampa tiene peso propio. Socióloga, intelectual comprometida y crítica del gobierno actual, es también autora de ficción. Como sugiere el título, Donde están enterrados nuestros muertos no se concentra en la experiencia privada de la muerte, aunque mucho de eso hay en el dolor de Rosana, sino en el momento en el que lo privado se hace público, se hace político. En el camino se cruzan la minería, la trata de personas y la corrupción, temas que se enmarcan en un pueblito neuquino –algo así como la contracara de la Patagonia cordillerana y for export – que claramente representa al país. La analogía no es forzada: “Cinco Cruces como metáfora del país”, dirá Gabriel Garibaldi, el artista del pueblo que piensa el arte desde una perspectiva necesariamente política. Así, el Centenario que el intendente del pueblo quiere festejar a todo trapo y que coincide con el 2012 es a menor escala el Bicentenario; los muertos de Cinco Cruces una sombra que empaña el optimismo kirchnerista. Sin embargo, y aunque la novela se ubique en esta línea –la del mosaico realista, la del reflejo de una coyuntura– su riqueza está en la atmósfera que construye, en la verosimilitud de los personajes, en el entramado de historias que, como suele ocurrir en los pueblos chicos, siempre se entrelazan. La tierra seca, la amenaza del viento, la potencia de lo telúrico nos recuerda, por ejemplo, a Ezequiel Martínez Estrada. Una geografía que es a la vez condición de ser y condena, que absorbe en un movimiento centrífugo a sus habitantes y que, en un mismo impulso los expulsa y los atrae. Quizás el procedimiento donde la novela más gane sea también en el diálogo entre Rosana y Dolores, un diálogo que se enriquece en la medida que el accionar político de Rosana toma mayor fuerza y su trabajo puertas adentro se convierte en un compromiso puertas afuera.

La novela pone de manifiesto la necesidad de imponer un relato –el intendente encarga un documental que celebre los cien años del pueblo– mientras que el otro relato, el que empieza cuando el grabador se apaga, cuando el entrevistado deja de sentirse vigilado avanza por otras vías. Un relato que subraya el constante desmantelamiento de los pueblos del interior. “En literatura todo es autobiográfico y a la vez nada lo es”, dice Miguel, el escritor que, con los restos del material del documental que le encargan se propone escribir una novela. Svampa pareciera agregar que la potencia de la literatura está en la posibilidad de que esa autobiografía sea también colectiva.