Tres anotaciones sobre Sábato

Con Sábato se fue uno de los grandes escritores del siglo XX argentino y quizá, junto con Roberto Arlt, el creador de los personajes más atormentados, más perturbadores, de nuestra literatura nacional.
A esta afirmación, quisiera agregar tres anotaciones personales. La primera, que al igual que a tantos otros lectores e intelectuales argentinos,  Sobre Héroes y Tumbas fue una novela que marcó de modo entrañable mi  adolescencia.  ¿Cómo olvidar acaso aquel primer encuentro casual entre un demasiado joven Martín y una misteriosa Alejandra en las honduras de Parque Lezama; o el notable y enfermizo Informe sobre ciegos; más aún el relato descarnado y a la vez profundamente poético del traslado de los restos del general Lavalle; en fin, la lectura de aquellas escenas, coronadas por el fuego, durante el saqueo de las iglesias en pleno declinar del peronismo? En verdad, pocas novelas argentinas han sabido combinar de manera tan magistral poética, historia y política como Sobre Héroes y Tumbas y permanecer en el tiempo.
Así, aunque escasa (solo tres novelas), la literatura de Sábato fue rotunda, y dejó hondas marcas que resisten el paso de cualquier adolescencia. Pese a ello, y aquí viene la segunda anotación, nunca dejó de sorprenderme la mirada convencional que su literatura reflejaba  sobre las mujeres. Sucede que Sabato no hizo más que describirlas desde una mirada masculina, sin tratar de adentrarse en ellas y buscar una voz propia. De algún modo, podríamos decir que la novelística de Sábato alimenta la imagen del Eterno femenino,  siguiendo la categoría de Simone de Beauvoir, desarrollada en El Segundo Sexo. De entrada,  siempre imaginó a sus personajes femeninos como portadoras de un secreto oscuro: son mujeres esquivas, inasibles y misteriosas, que en el desarrollo mismo del relato terminan por mostrarse como maliciosas o perversas, capaces de las peores traiciones (como pinta la imaginación febril del protagonista de El Túnel), de oscuras transgresiones que serán fulminadas por la pasión (el incesto entre padre e hija en Sobre héroes y Tumbas) o de afectos renegados (como la execrable madre de Martín, que persiste en rechazar al hijo).
La tercera anotación tiene que ver con la relación de Sábato con la política, esto es, con su dimensión en tanto hombre público. Siempre fue difícil situar políticamente a Sábato: militante del partido comunista en su juventud, al cual abandona durante un viaje a Moscú; regresó a la Argentina luego de finalizar un convulsionado Doctorado en Física (París primero, luego los Estados Unidos), y se relacionó con el grupo Sur, momento en el cual publicó sus primeros libros. El mismo Sábato habla de la desconfianza que suscitaba tanto en los sectores de izquierda (la imagen del traidor) como en los sectores liberales‑conservadores (la imagen de un izquierdista no redimido). Sin embargo, poco a poco fue cultivando un perfil de ex intelectual de izquierda,  desencantado de los partidos políticos y defensor de ideales humanistas.  De eso tratan cada uno de sus ensayos, que combinan el pesimismo de la voz con el tono de sentencia, y aparecen atravesados por sugestivas cuestiones filosóficas y políticas, a las que Sabato bautizaba, de un modo que ahora parece demasiado ampuloso pero que en otro tiempo resultaron más convincentes, como  “preguntas por  lo absoluto”.
En los años `70, pueden reprochársele varias cosas y algunas de ellas, muy graves. Pero, sin querer ver la realidad con un solo ojo, lo peor sería intentar hacer leña del árbol caído. Como dijo Adolfo Pérez Esquivel, Sábato tomó cuenta de sus errores y como todos sabemos, tuvo un rol importante en la Conadep. Sin embargo, desde mi perspectiva, la Conadep –que a nivel internacional fue conocida como “Informe Sábato”- no fue su principal aporte como intelectual público a un siempre convulsionado proceso político argentino.
En realidad, prefiero quedarme con el Sabato  de 1956, cuando lúcidamente rechazó la tesis de la demagogia y propuso  extraer lo que había de rescatable, de “histórico y justiciero” en el peronismo.  En una carta abierta a Mario Amadeo, titulada El otro rostro del peronismo, Sabato criticó a aquella izquierda que dividía un proletariado platónico de otro “grosero, impuro y mal educado, que desfilaba en alpargatas tocando el bombo”, para afirmar que “en el movimiento peronista no sólo hubo bajas pasiones y apetitos puramente materiales. Hubo un genuino fervor espiritual, una fe pararreligiosa en un conductor que les hablaba como a seres humanos y no como a parias. Había en ese complejo movimiento —y lo sigue habiendo— algo mucho más potente y profundo que un mero deseo de bienes materiales. Había una justificada ansia de justicia y de reconocimiento, frente a una sociedad egoísta y fría, que siempre los había tenido olvidados. Esto fue lo que fundamentalmente vio y movilizó Perón”.
Su obra abrió así la posibilidad de una lectura sensiblemente diferente, que tuviera en cuenta el carácter complejo del peronismo  y la relación novedosa que éste había  establecido entre las masas y la historia del país. Pocos recuerdan hoy que, en el tiempo que le tocó vivir, esta afirmación era en sí misma un sacrilegio, una lectura que desbordaba y ponía en jaque cualquier forma de maniqueísmo.

Publicado en Tiempo Argentino