Argentina: el retorno a la normalidad

En 2001, Argentina vivió una profunda crisis económica, política y social. La gente salió a la calle gritando “Que se vayan todos”, un lema dirigido a la clase política del país. Hoy, el gobierno de Kirchner tiene un fuerte apoyo de la sociedad. La socióloga argentina Maristella Svampa, autora de varios libros y artículos sobre los movimientos sociales en Argentina, explicaa la revista alemana Freitag  cómo se produjo ese cambio.

¿Cómo se puede explicar el fuerte apoyo a Kirchner en la sociedad argentina?

Todas las grandes crisis producen demandas muy ambivalentes en la gente: demandas de solidaridad, de auto-organización, pero también demandas de orden y de normalidad. La crisis de 2001 fue, por un lado, la peor de la historia. Por otro lado, abrió la posibilidad de nuevos protagonismos sociales y políticos. Esos – que ilustraron las asambleas barriales, las organizaciones piqueteras y otras formas de autoorganización desde abajo – no lograron construir una nueva alternativa política y social. Más aún, postulaban una política anti-institucional y formas de democracia directa. En general, no planteaban la posibilidad de vinculación con el sistema institucional. Las demandas de solidaridad, creo yo, al no encontrarse con la posibilidad de construir una nueva posibilidad política se fueron desdibujando y disminuyendo a fines del ano 2002. En ese momento en el cual comienza a instalarse una demanda fuerte de normalidad, surge Kirchner, cuyo lema era “Por un país en serio, por un país normal”. La pelota pasó al otro lado, pasó nuevamente al sistema institucional, en este caso encarnado por Kirchner y la vertiente “más progresista” del partido justicialista, cuyo discurso era diferente al que ha sido el del menemismo de los años noventa.

¿Cómo las canaliza?

Fue un discurso que de entrada retomó una parte de esas demandas de renovación política: Primero, en lo económico, buscó recuperar ciertos márgenes de negociación con los organismos internacionales. Segundo, descabezó la Corte suprema de justicia, símbolo del menemismo. En tercer lugar, desarrolló una política de condena a las violaciones de los derechos humanos en los 70. El discurso se instaló rápidamente en la crítica al neoliberalismo, que había sido la nota común de las grandes movilizaciones de 2002. Todo ello produjo una redefinición del escenario político que se tradujo en un diagnóstico diferente en las organizaciones sociales. Así, hubo organizaciones que consideraron que Kirchner no representaba “más de lo mismo”; que vieron en él la posibilidad de volver a unir peronismo y lenguaje emancipatorio, sobreestimando de esta manera la productividad política del gobierno. Por otro lado, las organizaciones más ancladas en un pensamiento anticapitalista, afianzadas por el gran protagonismo que tuvieron en 2002, consideraron que Kirchner era más de lo mismo, y subestimaron así el rol productivo del peronismo.

Hoy, en las calles de Buenos Aires se ven muchos menos cortes. ¿El piquete ya no sirve más como forma de protesta?

A partir de octubre de 2003, el gobierno nacional y los medios de comunicación desarrollaron una campaña de demonización muy grande, que se veía avalada por la poca habilidad con la cual se manejaron las organizaciones piqueteras. Estas  multiplicaron cortes y ocupaciones en un momento en el cual ya había una demanda de normalidad muy grande de la población de la ciudad de Buenos Aires. La confrontación era extremadamente desigual. Pocos meses de campaña muy intensa bastaron para deslegitimar a un actor que nunca había sido demasiado aceptado en la sociedad y que sólo entre 2001/2002 había sido considerado como el símbolo de la lucha contra el neoliberalismo. Dos años después, las mismas organizaciones son consideradas como un “efecto perverso” del neoliberalismo, acusadas de las más variadas formas de clientelismo, asistencialismo y manipulación política. Así, se desdibujaron y tergiversaron las demandas de derecho (al trabajo, a una vida digna). El gobierno se propuso disciplinar y desactivar la capacidad de presión de un movimiento que tenía fuerte presencia en la calle. En buena parte, eso lo pudo hacer apoyándose también en representaciones prejuiciosas, de los sectores medios. Sacaron lo peor de la gente, los prejuicios raciales y clasistas para estigmatizar y condenar a movimientos que representan nada mas y nada menos que la parte no resignada del mundo de los excluidos. En definitiva, en poco tiempo se logró construir un consenso antipiquetero.

¿Kirchner tendría la posibilidad de salir del neoliberalismo?

En 2001 mucha gente comprendió que el modelo neoliberal había causado altos niveles de exclusión y que esa exclusión era intolerable. A partir de 2003, la exclusión comienza a naturalizarse y ahora es la presencia cotidiana de los excluidos en las calle lo que aparece como “intolerable”. Así, lo que se advierte, más allá de la retórica antineoliberal del gobierno y la gente, es la creciente naturalización de las desigualdades sociales, con lo cual el peligro de continuidad del modelo excluyente es muy fuerte. Tengamos en cuenta que el gobierno de Kirchner optó por planes sociales de carácter asistencialista, que además de además de constituir un ingreso miserable (50 euros por mes) no son de carácter universal. El mensaje es claro: a través de toda una batería de políticas asistenciales focalizadas desarrolladas en relación a los excluidos, lo que se esta diciendo es que estos deben resignarse, deben aceptar su lugar en el sistema como excluidos. Se podía haber discutido, por ejemplo, la posibilidad de universalizar los programas sociales o una forma de ingreso ciudadano (como proponían otros), pero el gobierno no siquiera entró en la discusión.  Recién ahora el gobierno ha abierto el juego a las paritarias, luego de que la devaluación y la posterior inflación devastaron los ingresos del conjunto de los asalariados. Pero estas paritarias alcanzan a los trabajadores en blanco, cuando en nuestro país hay un porcentaje muy alto de trabajadores en negro, informales y precarizados. Por otro lado, pensemos también que en Argentina la fragilidad del tejido social es muy alto y que los canales de mediación institucional continúan rotos. Este no es un tema menor. En este contexto, no es extraño que la acción directa sea utilizada por los grupos y organizaciones más variadas, como única forma eficaz de desarrollar una presión sobre el gobierno.  Desde el gobierno y los sectores de poder se preocupan por la centralidad que tiene la acción directa (cortes, ocupaciones, pequeñas puebladas). Pero nadie quiere recordar que en este país no se hizo ninguna reforma política y que lo que en 2001/2002 sectores movilizados reclamaban tenia que ver con ello: con una demanda de nueva institucionalidad, a partir de la incorporación de formas de democracia directa y democracia participativa. En Argentina tenemos una democracia delegativa, asentada sobre un modelo de dominación decisionista y personalista. Kirchner enfatizó todos esos rasgos. Así, la reforma política y las políticas universales de inclusión son dos temas que no están en la agenda hoy en día, y que serían necesarios para poder repensar la forma en la cual un país capitalista periférico podría salir de alguna manera de los límites de un modelo neoliberal. Resulta difícil entonces afirmar que Kirchner esté desarrollando una agenda pos-neoliberal.

El gobierno de Kirchner siempre dijo que no iba a reprimir. ¿Hubo represión?

En realidad, hay un doble discurso. La defensa de derechos humanos atiende las cuestiones del pasado, no las del presente. Cierto es que no ha habido una gran represión, pero sí episodios de represión en diferentes lugares del país. El gobierno de Kirchner se ha caracterizado por un avance en la judicializacion de la protesta social, por una demonización y estigmatización de las organizaciones piqueteras que, además, se puede extender a distintas formas de conflictos sindicales, sobre todo los que se expresan en el espacio público. Por otro lado, ha habido también una tentativa de militarización en las zonas de conflicto social. Hay dos escenarios centrales del conflicto: por un lado, el que representan la ciudad de Buenos Aires y sus suburbios (el Conurbano Bonaerense, donde existen zonas de pobreza extrema y residen un tercio de los votantes). Hoy se ha establecido una especie de frontera entre el conurbano, que es visto como la sede de las clases peligrosas, y la ciudad de Buenos Aires, como el símbolo del progreso y la demanda de normalidad. El segundo escenario es el de las zonas petroleras, que fueron, – y no por casualidad-, los lugares donde se dieron los primeros piquetes y levantamientos comunitarios, allá por 1996/97. Hay una relación muy estrecha entre modelo extractivo o enclaves de exportación y el deterioro de los derechos. Estos son contextos que muestran de manera casi grotesca la gran asimetría que existe entre actores locales muy débiles y, por otro lado, poderosas empresas multinacionales, favorecidas por los procesos de privatización y por el escaso control de los estados provincial y nacional. La situación ha llegado a  altos niveles de conflictividad, tanto en el norte como en el sur argentino. En este marco tan “globalizado”, el Estado nacional encuentra pocas formas de intervenir, aunque por lo general ha respondido con tentativas de militarización de las zonas. Esta situación muestra que el avance de la globalización neoliberal no se ha detenido en Argentina; mas bien todo lo contrario, sobre todo respecto de la explotación de los recursos naturales (petróleo, gas y cada vez más, minería). Así, en las zonas petroleras, hay una enfrentamiento desigual entre actores locales y globales, pero allí los trabajadores y desocupados enfrentan a los actores económicos y pueden incluso amenazar con paralizar la producción (lo cual ha sucedido en varias oportunidades). En la Ciudad de Buenos Aires, los actores movilizados dirigen sus demandas hacia el Estado (no hacia los actores económicos); y aunque la población “incluida” no tolere la presencia de los excluidos, éstos no pueden evitar que se hagan presentes y visibles de manera cotidiana en  el centro político y financiero del país.

¿Cómo se puede explicar el surgimiento de los piqueteros kirchneristas?

Estas organizaciones tienen una matriz antineoliberal pero no anticapitalista, ligada a la tradición nacional-popular que encarna de manera paradigmática el peronismo de los años 50, más ciertas vertientes políticas de los años 70 y que en los años 90, por supuesto, fue absolutamente marginalizada. Kirchner viene a rearmar este modelo, que de manera esquemática, plantea una articulación entre líder, masas movilizadas y un estado nacional-popular. Sin embargo, hay que tener en cuenta que en la tradición argentina la relación líder-masas ha implicado siempre una subordinación absoluta de las masas al estilo personalista del líder. Kirchner no es una excepción. En realidad, creo que en este intento de recreación del modelo nacional-popular haya mucha ilusión, alimentada por los aires progresistas que recorren América Latina, a partir de la constitución de un polo de centro-izquierda, con Chávez, Lula y Evo Morales. En este sentido, hay una retórica antineoliberal fuerte y movimientos de centro-izquierda que buscan recrear esta matriz nacional-popular. No hay que olvidar nunca que, en otro contexto, las experiencias populistas latinoamericanas de mediados del siglo pasado, tuvieron una gran capacidad de integración de los sectores populares. Con todos sus defectos e imperfecciones, Argentina sintetizó la máxima expresión del modelo de “estado de bienestar latinoamericano”. Entonces, la tentación de recreación es muy grande, sobre todo si hablamos del país en donde el modelo populista de integración fue tan exitoso… Igualmente, no todo es lineal, pues lo que nos advierte el retorno de la ilusión populista es la necesidad de repensar el rol del Estado en el nuevo contexto de dependencia.

¿Cuáles son las diferencias entre Chávez, Morales y Kirchner respecto a las políticas hacía los movimientos sociales?

 En Bolivia, los movimientos sociales se constituyeron en una alternativa política, cosa que no sucedió en ningún otro país latinoamericano o si sucedió – como en el caso de Ecuador, apoyando un líder como Gutiérrez – fracasó completamente. De hecho, en la gestión de Morales, los movimientos sociales tienen un protagonismo central. En Venezuela, los movimientos sociales están muy ligados a Chávez pero la experiencia de las organizaciones barriales en Venezuela es también un trabajo de empoderamiento, de acumulación de poder. Además, éstas tuvieron un mayor protagonismo desde el momento en que asumieron la defensa del propio sistema democrático, al salir a apoyar a Chávez frente a un golpe de Estado. En Argentina, es diferente. Los nuevos movimientos sociales nacieron a distancia del peronismo, a partir de la identificación del peronismo con el neoliberalismo durante los 90. Pero, con Kirchner, lo que se reanuda es la tradición típica del populismo argentino, que termina mas temprano que tarde en la subordinación de los movimientos al líder. Así, con Kirchner, lo que se vuelve a instaurar es la idea de que los movimientos sociales no pueden ser autónomos, que estos deben ser controlados y orientados desde el Estado. De hecho, los movimientos afines al gobierno sólo se movilizan para apoyar alguna política gubernamental, pero ya no más por iniciativa propia. Algunos consideran que son las “fuerzas de choque” del propio gobierno. Es decir, perdieron autonomía, completamente. En fin, no es casual que la cuestión de la autonomía, que es un rasgo que reivindican y atraviesan tantos nuevos movimientos sociales, sea hoy un punto ciego para el gobierno.

Después de que se quedaron casi sin apoyo de la sociedad argentina, las organizaciones piqueteras se dedican a sus proyectos productivos. ¿La economía social sirve para cambiar el modelo?

La economía social puede tener un impacto a nivel micro-social, en ciertos sectores de la población, pero lo que aquí se necesitan son propuestas macro-sociales. Los desarrollos en términos de economía social han sido importantes en Argentina. No olvidemos las fabricas recuperadas, por ejemplo. Eso sirve para abrir brechas dentro del modelo, pero no para cambiarlo. Cierto es que algunas experiencias tienen una gran potencialidad, en la medida en que anuncian los rasgos de un nuevo paradigma, pero una vez dicho esto hay que reconocer todavía tienen un rol modesto en el proceso de cambio del modelo neoliberal. Pensemos en todas las dificultades de consolidación que tienen los emprendimientos productivos encarados por los desocupados, o en el escaso impacto macro-social de las fabricas recuperadas, que también parecen haber entrado en un proceso de institucionalización creciente, a excepción de unas pocas experiencias muy conocidas en el campo militante e internacionalmente. Cierto que el gobierno ha impulsado el desarrollo de pequeños proyectos productivos, pero éstos no van acompañados lo suficientemente con ayuda técnica y capacitación. Por otro lado, uno de sus objetivos del gobierno es la despolitización de esas experiencias que nacieron un poco al calor de nuevos lenguajes políticos. En fin, un peligro muy grande es que en diez años nos encontremos con un cementerio de pequeños emprendimientos productivos…